Los paraísos fiscales y el desorden financiero internacional

Mario Rapoport - El Argentino.com

En una novela policial, de esas que uno lee sólo en vacaciones, se contaba la historia de un estafador que había encontrado una roca sobresaliendo de las aguas del océano, una minúscula isla, y la había convertido en un paraíso fiscal. Inhallable en el mapa y aun tapada por las aguas, la roca seguía siendo reconocida legalmente porque allí se habían registrado miles de entidades y fondos millonarios que tenían existencia propia.

La cuestión viene al caso debido a que la crisis económica y financiera mundial ha despertado la conciencia de algunos líderes del Primer Mundo sobre el problema de los paraísos fiscales. En el 2007 tres senadores demócratas en el Congreso norteamericano -entre ellos uno que devino presidente, Barack Obama-, presentaron un proyecto de ley para controlar todos los comportamientos fiscales dudosos, incluidos los offshore. Ahora, hace pocos días, a principios de marzo de este año, otra presentación parlamentaria simultánea, en la Cámara de Representantes y en el Senado quiere poner en cuestión a los contribuyentes que tienen lazos con esa clase de «paraísos». Y hace responsables también a los intermediarios privados, en especial a banqueros y estudios contables y jurídicos que asesoran o intervienen en esas maniobras, los que podrían ser objeto de fuertes sanciones legales. Pero no se detiene solamente en el tema de la evasión sino que procura eliminar el tipo de prácticas de precios de transferencia que empresas multinacionales realizan en ellos. Finalmente, procura establecer una lista negra de países que promueven la evasión y el fraude fiscal y ya treinta y cuatro están en la mira. El nuevo ministro del Tesoro norteamericano afirmó que existe un consenso en Washington entre el Congreso y el gobierno en igual sentido, algo que puede ser creíble por las iniciativas anteriores del presidente Obama.

Por otra parte, en Europa, sobre todo en Francia y en Alemania, hubo diversas propuestas para castigar a aquellos bancos que funcionan en combinación con paraísos fiscales, a quienes se les impondrían montos de capital más elevados para hacer frente a la inestabilidad financiera generada por esa clase de vínculos. Recientemente -en ocasión de un viaje a los Estados Unidos- el primer ministro británico, Gordon Brown, señalaba que si bien ese país, como el suyo, se hallan involucrados ahora en la restructuración de los bancos, el ahorro de todos estaría mucho más seguro si el mundo entero se pusiera de acuerdo en prohibir los sistemas bancarios paralelos y los paraísos fiscales. Tanta inquietud está relacionada con la próxima reunión del G-20 en abril próximo, en donde se discutiría la posible confección de esa lista negra de paraísos y el establecimiento de mecanismos de control sobre ellos, aunque la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que reúne a las principales potencias económicas del mundo (hoy tocadas por la crisis), no se animaría al tratamiento de este tipo de cuestiones por presión de ciertos de sus miembros directamente involucrados. De todos modos, la problemática resurgió y por eso es útil dar ejemplos de la operatoria de esos lugares, de su vinculación con la crisis actual y de algunos escándalos que han provocado.

Recordemos que un paraíso fiscal es un lugar que aplica un régimen impositivo anormalmente bajo respecto del promedio de otros países, brinda a sus clientes un inviolable secreto comercial y bancario; da impunidad judicial por la vía de protectoras legislaciones locales permitiendo escapar a las del país de origen de los fondos invertidos, y acepta la presencia de cualquier tipo de capitales, no siempre lícitos. Creados los primeros hace mucho tiempo en forma primitiva, como puertos de recepción de barcos de los grandes imperios coloniales, sobre todo en las islas del Caribe, en los años ’20 y ’30 se verifica la existencia de sitios similares en minúsculos territorios europeos (Liechtenstein, Luxemburgo, Mónaco, son los más conocidos) gracias a lo cual pudieron mantener su independencia política y obtener cuantiosos recursos. La aparición de los mercados de eurodólares y petrodólares, en los años ’60 y ’70, triplicó su número, y el monto de sus operaciones llega hoy a los u$s12 billones.

Los principales paradigmas económicos que predominaron en el mundo capitalista desde el último tercio del siglo XX y contribuyeron al estallido de la actual crisis internacional, favorecieron netamente su desarrollo. Entre ellos pueden mencionarse la libre circulación de capitales; la invención y operatoria de nuevos productos financieros sin ningún tipo de regulación; la actividad de multinacionales y bancos con el fin de facilitar las operaciones entre filiales y la evasión fiscal; la fuga de capitales de naciones en crisis y, finalmente, una criminalidad internacional basada en tráficos ilegales de todo tipo y en prácticas ilícitas. Por supuesto, la cuestión fiscal y el lavado de dinero fueron siempre dos de sus principales razones de ser.

Un caso resonante es el de Liechtenstein, pequeño principado de 160 km2, rodeado de Suiza y Austria y con uno de los mayores PBI per cápita del mundo. Allí el secreto bancario y el más absoluto anonimato en los negocios es aún más fiable que en Suiza. El principado ofrece en especial una gran diversidad de regímenes jurídicos a las sociedades que establecen su sede en él, aunque no ejerzan ninguna actividad económica o comercial. Existen de ese modo fundaciones, bancos, sociedades financieras, compañías de seguros e incluso entidades con un estatuto especial que les da una suerte de personería moral. Sus fundadores eligen para dirigirla a uno o varios administradores y a un consejo directivo que comparte el poder de decisión. Pero sus nombres quedan en la sombra, no son conocidos públicamente: es la perfecta sociedad legal de testaferros. Para completar el negocio las sociedades no tienen la obligación de publicar sus cuentas ni de tener una asamblea anual. Eso explica que existan cerca de 80.000 sociedades holding con sede nominal en el principado. Muchas más que sus 35.000 habitantes, un tercio extranjeros, que pudieron asistir en la última década al estallido de dos grandes escándalos. En febrero del 2000, los ministros europeos de Finanzas decidieron, a pedido de Alemania, dar un mandato a la Comisión Europea para que investigue en Liechtenstein el blanqueo de capitales y la evasión fiscal. En el mismo mes un informe de los servicios de inteligencia alemanes dado a publicidad, denunciaba la colusión entre carteles de la droga y abogados y gerentes de sociedades locales en el lavado de dinero. En cuanto a la evasión fiscal, por esa época se descubrían también fondos ilegales de un partido político alemán. En el 2008, un escándalo mayor iba a estallar involucrando al Banco LGT, propiedad de la familia principesca, y a más de mil ricos ciudadanos alemanes sospechosos de haber disimulado al fisco cerca de 4.000 millones de euros, entre ellos miembros destacados del empresariado alemán y personalidades políticas, artísticas y deportivas.

Al igual que los agujeros negros en el espacio, los paraísos fiscales sólo sirven para ocultar y succionar riquezas legales o ilegales, ayudando a la creación de turbulencias financieras incontrolables. Son lugares donde no se controla nada en momentos en que el control de los capitales y productos financieros se torna fundamental para salir de la crisis.




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