¿Llegó la hora de la Tasa Tobin?

Francisco Morote – ATTAC Canarias

Unas recientes declaraciones del regulador de la City -por cierto, ¿en qué paradero desconocido había estado ese cargo hasta ahora?-, han levantado un considerable revuelo en el mundo financiero londinense. Lord Turner, presidente de la Autoridad de Servicios Financieros (FSA) ha propuesto, nada más y nada menos, que aplicar a la banca británica y globalmente también un impuesto a las transacciones financieras.

La idea no es nueva. En realidad, fue lanzada a comienzos de los años setenta del siglo pasado por el economista estadounidense James Tobin que, por aquel entonces, barruntaba ya las consecuencias desastrosas a las que podían conducir unos mercados financieros absolutamente desregulados. Su propuesta ni siquiera pretendía reglamentar dichos mercados, sino que trataba de amortiguar los excesos de un capitalismo financiero lanzado ciegamente por la senda de la especulación.

Naturalmente en el clima de prepotencia neoliberal dominante la idea fue rechazada de plano. Pero como alguién ha dicho, las buenas ideas se defienden solas. De ahí que la idea de Tobin no muriera. Al contrario, en diciembre de 1997, cuando ya la desregulación financiera había propiciado terribles crisis en el mundo capitalista en vías de desarrollo, el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, en un célebre editorial titulado «Desarmar los mercados», recuperó la idea del impuesto, no sólo como un instrumento para frenar la especulación financiera galopante, sino como un medio con el que reunir las sumas necesarias para erradicar, en un plazo relativamente corto, la pobreza extrema en el mundo. Además, Ramonet, que dio al impuesto el nombre de su promotor Tobin, lanzó la idea de crear una asociación mundial que defendiera la aplicación de ese impuesto. La llamó Asociación por una Tasa Tobin de Ayuda al Ciudadano (ATTAC), actualmente Asociación por una Tasa a las Transaciones financieras para Ayuda al Ciudadano.

En los años posteriores ATTAC y otra muchas organizaciones trataron de convencer a las autoridades políticas de las principales economías desarrolladas, de la necesidad de establecer esa tasa. Se consiguieron algunos éxitos, fue aprobada por los parlamentos de Canadá, Francia (Asamblea Nacional) y Bélgica, pero ni Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania, etcétera tomaron en la más mínima consideración la idea. En el contexto del «dejad hacer, dejar pasar» neoliberal imperante, los gobiernos tenían terminantemente «prohibido» intervenir en los mercados que, decían, se autorregulaban sólos.

Cuando por fin la crisis financiera, convertida inmediatamente en Gran Recesión económica golpeó, en 2007-08, no ya la periferia sino el centro del sistema -Estados Unidos, Europa, Japón etcétera-, se vió que la propuesta de Tobin no andaba tan desencaminada. Ahora se intenta erigir un nuevo sistema financiero internacional reglamentado que ponga coto a los excesos del capitalismo neoliberal. De ahí las presiones sobre los vergonzantes paraísos fiscales; de ahí la crítica a las primas millonarias de los ejecutivos bancarios; de ahí la recuperación de la idea del impuesto de Tobin a las transacciones financieras.

¿Tiene sentido todavía establecer este impuesto mundial?

Sí, lo ha dicho claramente el asesor especial del Secretario General de la ONU en materia de finanzas para el desarrollo, Philippe Douste-Blazy: «Creo que es una buena idea por dos razones: primero la crisis va a tener graves consecuencias para los países en desarrollo. El precio de las materias primas va a caer porque van a disminuir las inversiones de Occidente y muchos compromisos de ayuda no van a materializarse. Y en segundo lugar, nos enfrentamos a una crisis de ética, a un problema de cinismo del propio sistema. No podemos seguir como hasta ahora. Hay que redefinir el sistema.»

¿Ha llegado, pues, la hora de la Tasa Tobin?

Sería ingenuo pensar que despues de tantos años de rechazo, no surgirían resistencias consistentes. La City y Wall Street han reaccionado airadamente contra la propuesta de Turner. Si alguién pensaba que el neoliberalismo estaba muerto se equivocaba de cabo a rabo. Por eso, quienes piensan que la Tasa Tobin puede ser un recurso mundial que, entre otras cosas, podría hacer factible el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, no pueden dejar en manos de los gobiernos del G8 o del G20 la adopción de esta importante decisión. Es indispensable la movilización y la presión social, la exigencia a los parlamentos de la aprobación de este tributo solidario. Solo así podrá vencerse la resistencia del poderoso núcleo financiero -estadounidense y británico, sobre todo-, que dictó la política financiera mundial durante décadas y aún no se resigna a dejar de hacerlo.




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