Interés común

Santiago Arellano – ATTAC Cádiz

Todos conocemos de sobra esta idea del «interés común», pues es esgrimida por los políticos como el supremo argumento en cuyo nombre actúan. Pero cuando lo hacen, deberían usar un traductor simultáneo, pues en su vocabulario significa «mi interés y el de mi partido», como ya todos sabemos desde hace tiempo.

Así que, dejando a un lado ese lenguaje político, falso, veamos que podemos entender por «interés común» aquellos que somos los comunes, los que tenemos necesidad de que existan políticas que se ocupen de esa gran mayoría a la que pertenecemos.

Creo que es una obviedad decir que el primero y más importante de esos intereses comunes es la defensa de la democracia, precisamente por ser el sistema político que nos permite la participación en las cuestiones que deciden nuestras vidas. Pero, aunque esto sea obvio, no deja de ser fundamental tenerlo bien presente cuando este sistema está en riesgo, por culpa de quienes en su nombre se han configurado como una casta cuyos privilegios y poder son simplemente insultantes para los demás.

La verdad es que no sería necesario añadir nada más, pues ese concepto incluye todos los demás asuntos de vital importancia para el bien común: una economía justa, libertad de expresión y acción, impedimentos a quienes pretenden nuestra esclavitud en su favor, etc. etc. No parece necesario explicar ahora tales cosas, pues están en la mente de todos y, además, no es el objeto de este escrito. La pretensión de esta nota es hacer un llamamiento a la cordura y la unidad, precisamente en pro de ese bien común del que tratamos. ¿Y por qué un llamamiento a la cordura y unidad, precisamente ahora? Pues, simplemente, porque es imprecindible para que los acontecimientos no deriven hacia un fascismo u otro «ismo» igualmente peligroso.

No cabe duda de que una enorme mayoría de la sociedad está a favor de la democracia, pero situaciones como la que atravesamos, que se agrava por momentos, son las ideales para la radicalización de las personas, ante la falta de soluciones procedentes del juego político habitual. Dicho de otra manera: la sociedad reclama algo que los partidos políticos mayoritarios no ofrecen, por lo que cobran fuerza todo tipo de propuestas diferentes: fascismo, anarquismo, anticapitalismo, ecologismo, etc., lo cual no es ota cosa que la manifestación de un descontento que no halla cauces por los medios habituales, desde luego. Pero en esta diversidad de posibles soluciones anida un serio peligro: la dispersión de fuerzas, con lo que el fracaso de esas iniciativas, como vía de transformacion de la sociedad, está garantizado. Salvo que encontremos un acuerdo en torno a un núcleo de ideas comunes a todos, el cual no se preste a divergencias ideológicas, claro.

Hecha esta advertencia, es pues fundamental definir ese núcleo de ideas que nos aglutine en una fuerza común, en un verdadero interés común. Si bien la cuestión puede parecer larga y complicada, en realidad no lo es en absoluto. ¿No estamos todos ya implicitamente de acuerdo en que es necesaria la reforma de las leyes que permiten la impunidad de acción de los políticos? ¿No lo estamos, igualmente, en que hay que dar fin a la intromisión de la banca privada en la economía estatal, causa del desastre que padecemos? ¿No vemos todos la necesidad de una verdadera democracia, con elección directa de nuestros representantes, y referendúms para todas las cuestiones decisivas? Sólo se trata de sentarse a definir y fijar por escrito un «acuerdo de mínimos» en el que no quepa más que la unidad de acción.

La situación es lo suficientemente grave como para que las ideologías tradicionales se hayan convertido en un impedimento para la acción, y no en la vía de solución de nuestros problemas. La realidad está delante de nuestras narices y no necesitamos ninguna fórmula, llamesé como se llame, para encontrar las soluciones necesarias.




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