El necesario papel de los sindicatos en la economía de nuestro tiempo

Carlos Berzosa – Consejo Científico de ATTAC España

Desde diferentes medios de comunicación, ámbitos académicos y fuerzas políticas se está tratando de demonizar a los sindicatos. Desde hace tiempo hay en marcha una campaña en toda regla de deslegitimación sindical que pretende cuestionarlos y desprestigiarlos. Ese discurso antisindical, por desgracia, prende en la sociedad más de lo que nos podemos imaginar, incluso entre trabajadores, empleados y estudiantes. Por lo que concierne a los estudiantes, lo pude comprobar de primera mano en mis clases, en un debate que se planteó en el Máster de formación de profesorado de secundaria, o sea, con licenciados universitarios. La controversia surgió a la hora de plantear cuestiones como desempleo, mercado laboral y papel desempeñado por los sindicatos. No todos opinaban lo mismo, pero entre ellos estaba bastante arraigada una visión muy negativa acerca de los sindicatos. Las opiniones vertidas no se sustentaban en bases firmes, como debería corresponder a estudiantes universitarios, y en algunos casos tan solo se basaban en discursos oídos en determinados medios de comunicación y se trataba de mensajes simples y llenos de tópicos. Lo que no deja de ser triste que esto suceda en las aulas universitarias.

Otros acudieron a argumentos expuestos por profesores, en consecuencia aprendidos en los cursos de licenciatura, y en ellos se consideraba que los sindicatos son en gran parte responsables del paro existente, al negarse a realizar reformas en el mercado laboral. Se sostiene que los sindicatos con sus posiciones inmovilistas lo que hacen es defender a los trabajadores estables y con trabajo, que son sus afiliados y votantes, frente a los parados o trabajadores precarios. Se defiende a los trabajadores y empleados veteranos contra los jóvenes, a los padres frente a los hijos. Se defiende, por parte de los sindicatos, algo tan antiguo como la rigidez del mercado laboral y no la flexibilidad que es, según dicen, la que podría traer creación de empleo y hacer a la economía española más competitiva.

Tesis de este tipo resultan un tanto extrañas, pues de ser ciertas irían contra los propios sindicatos. En primer lugar, en periodos de crisis como el que estamos viviendo, los trabajadores considerados como estables también pierden su empleo, si bien es cierto que los primeros despedidos son los que tienen empleo temporal. Pero la idea de que los sindicatos defienden a los que tienen empleo frente a los que no lo tienen es un tanto peregrina, pues el trabajo lo pierden también los que lo tienen. Por tanto, no estamos ante una ecuación fija, en la que unos trabajan y son los protegidos por los sindicatos, y otros tratan de entrar a trabajar en lo que tiene apariencia de una fortalece protegida sindicalmente.

Por otra parte, los sindicatos son tanto más fuertes en la medida que tengan más afiliados, seguidores, votantes, y su enemigo principal es, precisamente, la precariedad laboral que hace al trabajador temeroso ante la posible sindicación. La debilidad sindical que se padece se debe precisamente a la existencia de tanto trabajo precario y temporal, además de a los cambios que se han producido en la estructura productiva en las últimas décadas. No cabe suponer, por tanto, que los sindicatos vayan contra sus propios intereses. Lo que tampoco se puede pedir a los sindicatos, como señalan repetidamente algunos economistas, es que desnaturalicen su razón de ser, que es la defensa de los derechos de los trabajadores, la lucha por un trabajo estable y digno, y que éste tenga lugar en condiciones de seguridad laboral. Dejar a los sindicatos en un papel solamente de prestación de servicios o asesoramiento legal no tiene ningún sentido.

Por eso, hay que insistir ante trabajadores, empleados y estudiantes que no se confundan de enemigo. Los sindicatos es posible que se equivoquen, y de hecho su labor puede y debe ser objeto de crítica, pero son fundamentales en cualquier economía y sociedad. Llama la atención que en algunos casos se observan críticas acérrimas a los sindicatos, y sin embargo no se critican con la misma indignación la gran desigualdad económica existente, los abusos que se cometen diariamente contra los trabajadores, las discriminaciones que se dan en el mercado de trabajo, la corrupción, la especulación, el fraude fiscal o la evasión de capitales a paraísos fiscales y bancos suizos. Estos son precisamente los males del sistema que hay que denunciar con energía ya que son en gran parte responsables de los males que padecemos.

Otras críticas que se hacen son que los sindicatos viven de los fondos públicos en general, ya sean europeos o españoles, que se han burocratizado en exceso, y que cuentan con una gran legión de liberados. También, que apenas se ocupan de los derechos de los trabajadores en empresas concretas o sectores determinados cuando tantos han ido al paro. De todo esto lógicamente se debe discutir, y hasta cuestionar la labor de los sindicatos en sus actuaciones cuando parezca oportuno, pero en ningún caso resulta conveniente hacer un discurso antisindical desde los sectores asalariados y menos caer en la trampa de los que desearían acabar con los sindicatos, entre ellos muchos economistas, que consideran que éstos desvirtúan el mercado laboral haciéndole ineficiente en una economía en la que se considera que el mercado debe de funcionar sin trabas, y con la mayor flexibilidad.

Los sindicatos, no obstante el papel positivo y necesario que desempeñan en cualquier economía, no deberían hacer oídos sordos a las críticas que se les hacen desde los sectores asalariados. Deben además hacer un esfuerzo para acomodarse a las nuevas condiciones económicas y sociales. No pueden seguir con clichés antiguos, y tienen que atender a los más desprotegidos laboralmente hablando, así como luchar contra todas las injusticias, y mostrar acciones de solidaridad y cooperación con los pobres del mundo subdesarrollado. No deben atender solamente a la aristocracia obrera que tiene empleo fijo, sino también a los que sufren mayores grados de exclusión y desigualdad.

A su vez, tienen que combatir en su propio seno el exceso de burocratización, lo que ha conducido a que muchos líderes y sindicalistas hayan perdido el contacto con los puestos de trabajo cambiándolos por despachos, haciendo una labor más que discutible. Los sindicalistas no pueden descolgarse de las verdaderas condiciones de trabajo y de las inquietudes de los trabajadores. Actitudes de este tipo van en detrimento del buen nombre de los sindicatos. Tienen que combatir tendencias que a veces se producen, desgraciadamente, como actitudes corporativas, gremiales o interesadas personalmente, en vez de defender lo que verdaderamente tienen que defender. Conviene ver la película “Las invasiones bárbaras”, del director Denys Arcand (2003), precisamente para evitar caer en lo que allí se denuncia, pues en algunos casos se dan comportamientos que se acercan a la situación que se describe en este buen film. Hacer autocrítica es sano, sobre todo en los tiempos que corren de dificultades y de cambios profundos.

Los sindicatos, además, tienen que jugar un papel primordial en este cambio hacia una economía más regulada, más equitativa e igualitaria, más social, y en donde el desarrollo sostenible sea una prioridad a la par que se combate para conseguir un trabajo digno y decente para todos y no sólo para unos cuantos. Los sindicatos se tienen que movilizar para avanzar en estos fines, y esas movilizaciones tienen que adquirir una dimensión cada vez más internacional. Los sindicatos deberán tener un papel con mayor protagonismo en el cambio necesario que hay que hacer en el futuro si no queremos caer prisioneros una vez más del mercado, es decir del poder del dinero y de los grandes intereses económicos y financieros. En suma, tienen que tener mayor amplitud de miras que con la que se conducen actualmente, y deben ser difusores de otra economía y de otra sociedad.

Artículo publicado en Sistema Digital.




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