El espíritu del neoliberalismo y el oráculo de Davos

José A. Pérez TapiasRevista El Siglo

Hay espíritus que son groseramente materialistas. Así lo intuyó Max Weber, para quien el espíritu del capitalismo, aun asociado al protestantismo ascético, se mueve por el burdo interés en la acumulación de beneficios. Antes, Marx, desde esa concepción histórico-materialista que contraponía al materialismo burgués, desveló el fetichismo de la mercancía, entraña del modo de producción capitalista: la reducción de todo valor a precio, previo paso por la reducción del valor de uso a valor de cambio –y de toda relación social a relación económica, olvidando que lo económico se gesta socialmente-, es el núcleo de esa economía que lleva hasta el final el culto al dinero, considerado como capital que también produce más dinero. Lo más metafísico por su abstracción como intercambiador universal es el expansivo lubricante de un sistema económico que activa y demanda la sacrosanta religión del mercado, capaz de exigir a los humanos los más altos sacrificios. El Moloch capitalista no tiene nada que envidiar a la furia de Leviatán.

La humanidad ha conocido, ciertamente, los excesos de un Leviatán enloquecido. Estados conducidos a la desmesura se volvieron contra el mismo mercado capitalista, aunque luego no pudieron sostenerse sin el intercambio mercantil de la sociedad civil. También hemos podido comprobar los desvaríos de un Moloch con pretensiones de reducir el Estado al mínimo. La hipertrofia del mercado, queriendo organizar la sociedad desde sí mismo sin regulación externa, ha generado el despliegue del capitalismo en su máximo desarrollo como capitalismo financiero. El Moloch capitalista inspiró la buena nueva del mensaje neoliberal: mercado, más mercado y sólo mercado. Todo debía sacrificarse en ese altar, desde el futuro de los pueblos hasta los derechos de los individuos. En ésas hemos estado hasta la crisis sistémica del capitalismo global en la que estamos.

Parecía que había llegado el momento del reequilibrio entre mercado y Estado, del pacto entre Moloch y Leviatán. Los restos de la socialdemocracia han tratado de hacerse valer en medio de una crisis provocada por los excesos especulativos amparados por el doctrinarismo neoliberal. Pero el Estado, proclive a ser generoso con la banca y más cicatero con los trabajadores, tras empeñarse para estabilizar los mercados, no encuentra sino el desapego de quienes pretenden tomar las riendas del devenir económico volviendo a encerrar la política en una función vicaria al servicio de la economía. Si alguien saca los pies del plato, siendo más keynesiano de la cuenta o tomándose en serio el control del sistema bancario, pronto siente el aliento en la nuca de quienes le atosigan para retornar al redil que el neoliberalismo vuelve a trazar desde esos bastiones suyos convertidos en enclaves para diseñar la salida de la crisis: agencias internacionales, Foro Económico Mundial de Davos, FMI, Comisión Europea, bancos centrales, prensa “especializada”, etc.

El presidente Zapatero, en un arranque de sinceridad, podía contar su experiencia al respecto en la presidencia de turno de la UE o en el Foro de Davos. Los diagnósticos de la ortodoxia neoliberal se le han hecho llegar de manera amenazante: peligra el futuro económico de España si al sistema de pensiones no se le aplica una reducción de las mismas (en tiempo o en dinero) o si no se hace una reforma laboral que, por ejemplo, recorte el “salario real” de los trabajadores. Se conmina a actuar así para que la economía de nuestro país sea competitiva o para que la deuda pública encuentre cotización aceptable en los mercados internacionales. Hay que reconocer que tal presión puede hacer mella en el más pintado, el cual, si no busca apoyos para resistir, fácilmente puede girar hacia donde apunta la élite neoliberal. Ésta, en su templo de Davos hace escuchar, a todo el que se acerque desde la izquierda, lo que ya se conoce como su oráculo, el cual -¡tan distinto del “conócete a ti mismo” que fue oráculo de Delfos!- viene a decir: “traiciónate a ti mismo”. Y es lo que no hay que hacer, pues entonces se dejan atrás los derechos de los trabajadores, el empeño por la cohesión, los caminos del pacto social y otras muchas cosas. Y, además, el espíritu neoliberal de Davos dirá lo que otros: “Roma no paga traidores”. Es decir, las derivas neoliberales pasarán factura en las elecciones, pues preparan el camino a una derecha en la cual el espíritu del neoliberalismo se encarna sin mala conciencia.




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