El comercio y el cambio climático (La OMC salvará el planeta…)

Carles Esteve – ATTAC-Pais Valencià

«Las políticas que han planteado hasta ahora no son suficientes». «Esto es un imperativo político y moral y una responsabilidad histórica (…) para el futuro de la Humanidad, incluso para el futuro del planeta Tierra», declaraba Ban Ki-Moon tras conocerse los objetivos propuestos por el G-8 para la reducción de gases de efecto invernadero (GEI).

Muchos han sido y son los actores de este culebrón pero uno de ellos llama especialmente la atención en los últimos días. El pasado 26 de junio, Pascal Lamy (Director General de la OMC) y Achim Steiner (Director ejecutivo del PNUMA) presentaron el informe realizado conjuntamente por ambas organizaciones “El comercio y el cambio climático”. A lo largo de 182 páginas nos encontramos una OMC que continúa enquistada en su propuesta de apertura y liberalización de mercados, especialmente dolorosa en este caso en que pasando por encima de las evidencias científicas defiende la apertura del comercio como si de una receta mágica contra el deterioro planetario se tratara.

¿Qué propone la OMC para mitigar y adaptarse a los efectos del cambio climático?

La organización dirigida por Lamy plantea que el comercio contribuirá a la reducción de las emisiones de GEI de dos maneras. Por una parte, “la mayor apertura del comercio puede aumentar la disponibilidad de bienes y servicios inocuos para el clima y disminuir su costo, lo que ayudará a satisfacer la demanda en los países cuyas ramas de producción nacionales no producen esos bienes y servicios en cantidad suficiente o a un precio asequible”.

Por otra parte, “el aumento de los niveles de ingresos que la apertura del comercio trae consigo, puede hacer que la opinión pública exija una reducción de las emisiones GEI”. Para defender esta posición, la OMC se basa en la curva ambiental de Kuznets, según la cual existe una relación entre el aumento de ingresos por habitante y la disminución de las emisiones de GEI. Lo que parece que Pascal Lamy desconoce es que esta relación ha dado lugar a resultados contradictorios (únicamente se ha podido demostrar en dos estados) por los que ha sido ampliamente rebatida.

Según las conlusiones del informe “la satisfactoria conclusión de las negociaciones sobre la apertura de los mercados de bienes y servicios ecológicos contribuirá a mejorar el acceso a bienes y tecnologías inocuos para el medio ambiente”.

Y aún hay más…

El texto, a pesar de reconocer que el aumento del comercio supondrá con toda probabilidad un consecuente aumento de emisiones de GEI, intenta “convencernos” de que otros efectos beneficiosos compensarán esta situación.

Plantea la importancia de liberalizar el comercio de tecnologías “inocuas para el clima”, lo que reducirá su precio y facilitará su adquisición por parte de países menos industrializados. Pero… ¿dónde se producen estas tecnologías? Parece evidente que los países más industrializados y las grandes transnacionales poseerán los derechos de gran parte de estos métodos de producción inocuos, lo que supondrá que cualquiera que quiera hacer uso de ellos (o sea “invitado” a ello por organismos internacionales) tendrá que hacer frente al pago de los derechos de patente.

Por otra parte, según la OMC, tras una mayor apertura del comercio los precios relativos varían y las estructuras de producción de un país se reestructuran según su “ventaja comparativa”. El propio informe reconoce el riesgo del “refugio de la contaminación” que supondría que las industrias más contaminantes se establecerían allí donde la normativa resulte menos estricta; es más desde hace años vivimos efectos similares como la competencia fiscal (reducción de impuestos a la industria) o la reducción de los derechos laborales (mano de obra barata que llama a las grandes transnacionales a establecer sus factorías en países con una enorme precariedad laboral). ¿Por qué este caso tendría que ser diferente?

Además, estos efectos supondrían nuevos mecanismos de control sobre los países menos industrializados, que permitiría a organismos internacionales como el FMI o la propia OMC forzar a éstos a desarrollar industrias concretas en función de las necesidades o intereses de terceros. En definitiva, reinventemos el colonialismo creando nuevas formas de dependencia.

¿Y el “mercado” de la alimentación?

Tampoco en este caso nos encontramos ninguna sorpresa y la OMC sigue considerando la alimentación de millones de personas como una mera mercancía comercial. Evidentemente, “la agricultura es uno de los sectores más vulnerables al cambio climático”, reconoce el informe cuando plantea que se preveen reducciones de entre el 5 y el 10% en las cosechas de cereales en países del sur, lo que provocaría que el rendimiento de éstas pudiese reducirse hasta en un 50% en 2020, incluso en el caso de que las temperaturas no aumentasen a partir de hoy.

A pesar del reconocimiento explícito de esta realidad, la OMC afirma que el comercio facilitará que “los países en que el cambio climático produzca escasez puedan obtener lo que necesiten importando de otros países en los que estos bienes y servicios siguen estando disponibles”. Es decir, los países del sur, más empobrecidos por el efectos del cambio climático obtendrán sus alimentos de los países del norte, que a su vez serán más enriquecidos por la misma regla de tres.

No puedo más que lamentar que esta sea la forma en que un organismo internacional interprete el drama que supone la agonía de nuestro planeta. Tras el fracaso de Kyoto, los contínuos compromisos incumplidos por el G-8 y esta declaración de intenciones queda Copenhague… y los millones de personas que aún creemos que es posible ver el mundo a través de otro cristal.

Otro mundo es posible… si no acabamos antes con el planeta.




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