Rubén Nieto — ATTAC Sevilla.
Debo comenzar diciendo que no tengo nada claro este asunto del decrecimiento. Por un lado, me parece que el mito del crecimiento continuo es insostenible si lo confrontamos con lo que ya sabemos sobre la capacidad de carga de nuestro planeta. Por otro lado, eso no me lleva automáticamente a dar por bueno lo contrario (si A es malo, anti-A no es necesariamente bueno). Siento que me faltan datos. Sin embargo, creo que puedo aportar algunas ideas relacionadas con el decrecimiento, para agitar el debate, con la esperanza de que, al menos a mí, me ayude a aclarar mis ideas. Lo haré desde el punto de vista de las Ciencias Ambientales, puesto que todo análisis económico global debería tener en cuenta las constricciones que impone el marco físico de nuestro planeta. No es casualidad que los términos Economía y Ecología compartan la misma raíz.
Existen muchos indicios que apuntan a la imposibilidad de continuar durante mucho más tiempo con el actual modelo de crecimiento económico. Las dos principales razones son el previsible agotamiento de algunos recursos naturales y la superación de la capacidad del planeta para absorber los residuos generados por las sociedades industriales.
El de los recursos ha sido el argumento “clásico” de quienes se oponen al crecimiento continuo, al menos desde el famoso Segundo Informe al Club de Roma (Meadows, 1972). Aunque conviene manifestar cierta prudencia (algunas previsiones muy catastrofistas sobre el agotamiento de minerales no se han cumplido), parece bastante claro que se están alcanzando los límites a la explotación de ciertos recursos no renovables, como los combustibles fósiles, minerales como el Cobre, Uranio, etc. Incluso ciertos recursos potencialmente renovables como la pesca o el agua -esta última con una problemática muy especial– se están consumiendo desde hace tiempo de manera insostenible.
En los últimos años, sin dejar de conceder gran importancia al agotamiento de los recursos, los especialistas en Economía Ecológica enfatizan cada vez más el hecho de que se está a punto de sobrepasar –si es que no se ha sobrepasado ya– la capacidad del planeta para absorber los residuos producidos por las sociedades industriales. El ejemplo más espectacular tal vez sea el del calentamiento global. Por primera vez en la historia de la humanidad, un determinado tipo de sociedad (las sociedades industriales, extendidas ya por todo el globo) ha sido capaz de modificar la composición química de una de las capas que forman la Tierra.
Me refiero, como sabéis, al aumento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, que ha pasado de unas 260 ppm (partes por millón) en los comienzos de la Revolución Industrial, a las casi 400 ppm de la actualidad. Las consecuencias de este cambio en la composición química de nuestra atmósfera, y del consiguiente aumento de la temperatura del planeta (0,6 ºC de media en el siglo XX, y 0,9 ºC en las regiones templadas) pueden ser extremadamente negativas. Pondré solo un ejemplo. El aumento previsto del nivel del mar provocará la salinización de acuíferos costeros en los grandes arrozales del sureste asiático, lo que podría comprometer la alimentación básica de algunos centenares de millones de personas. Basta para ello un aumento de 60 o 70 centímetros en el nivel de los océanos, algo que entra dentro de las previsiones que establecen los modelos climáticos en un escenario de continuación de las emisiones actuales de dióxido de Carbono.
En cuanto a la cuenca mediterránea, los modelos predictivos que se han aplicado nos hablan de una disminución de entre un 10% y un 30% en las precipitaciones. Esto, unido al aumento de la temperatura, dibuja unas condiciones más áridas en el futuro. Sin necesidad de ser catastrofistas, podemos imaginar fácilmente cómo afectarán estos cambios a dos sectores tan básicos para la economía andaluza como la agricultura de regadío y el turismo.
En resumen, todas estas consideraciones apuntan en la misma dirección: el modelo de desarrollo económico basado en el crecimiento continuo del PIB no puede mantenerse indefinidamente, ni siquiera parece sostenible a corto plazo. La famosa “teoría del chorreo”, además de injusta (siempre lo ha sido) es impracticable. Ya no podemos esperar que las migajas que rebosan de la mesa de los ricos alimenten a los pobres, porque la tarta que se sirve en esa mesa sencillamente no puede crecer más. Tenemos que redistribuirla de manera más igualitaria: no nos queda otra. Por una vez, parece que las limitaciones materiales a nivel planetario convergen con los anhelos de justicia.
Si el crecimiento económico no parece, pues, una opción viable, ¿esto significa que hay que decantarse por el decrecimiento? Aquí es donde empieza la parte más difícil, en mi opinión, de este debate. Globalmente hablando, parece claro que la respuesta debería ser afirmativa. Ahora bien, también parece justo y razonable admitir que en Burkina Faso o en Bangla Desh tienen todo el derecho del mundo a crecer económicamente, aunque su modelo de crecimiento no debe ni puede ser en absoluto el que siguieron los países pioneros de la revolución Industrial. En el mundo rico la mutación debería ser verdaderamente revolucionaria, desterrando tanto la obsolescencia programada como el consumismo. Esto choca frontalmente con los intereses de la élite financiera y las grandes corporaciones, y yo diría incluso que con la lógica del capitalismo. No veo cómo se puede afrontar un cambio social y económico de tal magnitud sin eludir el conflicto.
ATTAC, asociación sin ánimo de lucro, denuncia que el pasado 5 de noviembre fue publicada en el BOE la Ley 21/2014, de 4 de noviembre, por la que se modifica el texto refundido de la Ley de Propiedad Intelectual, aprobado por Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de abril, y la Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil, en virtud de la cual la reproducción total o parcial, así como la descarga del material de esta página es susceptible de ser gravado por un canon a cobrar por CEDRO, en contra de nuestra voluntad, y por tanto solicitamos su inmediata derogación.
ATTAC Andalucía no se identifica necesariamente con los contenidos publicados, excepto cuando son firmados por la propia organización.