Reflexiones sobre la crisis, sus perspectivas y alternativas

Luis Alsó - ATTAC Canarias

«Su alternativa a la auténtica nacionalización y socialización de las finanzas es la esclavitud por deuda, la oligarquía y el neofeudalismo.» Michael Hudson («El lenguaje del saqueo»)

El contexto

La actual crisis se produce en el contexto de un doble proyecto anglosajón-israelí de dominación global, implementado intensivamente a partir de la caída de la URSS: la globalización económica (neoliberalismo que desemboca en una hiperfinanciarización de la economía) y la globalización militar (iniciada como conquista del «pasillo euroasiático» tras el 11-S y justificada como «cruzada contra el terrorismo islámico»). La primera entra en crisis con el estallido de la «burbuja inmobiliaria»; la segunda con el empantanamiento en Irak y Afganistán.

Sobre este contexto se superponen otras dos crisis «externas» al mencionado proyecto, pero condicionándolo severamente: la crisis energética (amenaza de agotamiento del petróleo) y la crisis ecológica (amenaza del cambio climático). El peligro radica en que El Eje (Washington-Londres-Tel Aviv), secundado por sus «escuderos» la UE y Japón, pueda provocar, en una desesperada huída hacia delante, el paso a un escenario de barbarie.

La crisis económico-financiera

Hay dos leyes fundamentales del capitalismo que explican sus crisis crónicas: 1)Todo capitalista busca que los asalariados cobren poco y consuman mucho; y 2) Todo poder económico se convierte también, a partir de un determinado nivel, en un poder político. De la primera se derivan crisis económicas (sobreproducción por consumo insuficiente); de la segunda crisis democráticas, cuando los poderes fácticos económicos pasan a manejar directamente las riendas del Estado. En ambas estamos ahora.

Cuando la primera crisis se produce y el poder político conserva aún cierta autonomía, cabe afrontarla con medidas keynesianas. Cuando los capitalistas acceden directamente al poder tratan de compensar la baja rentabilidad del capital implementando un conjunto de medidas que se conocen como neoliberalismo o Consenso de Washington, cuyos principios guía son la desregulación y la privatización; con ellas buscan forzar la apertura de nuevos mercados o aumentar la plusvalía detraída a los asalariados.

Estas medidas se implementan tanto en su mercado interno como en el de otros países (vía presiones o sobornos). Las más importantes son: privatizar empresas y servicios públicos; precarizar-debilitar el mercado de trabajo y los sindicatos; bajar los impuestos directos (especialmente el de sociedades) y subir los indirectos; expandir el crédito, ampliando artificialmente la capacidad de consumo de las masas a costa de endeudarlas; y, por último, derribar las barreras comerciales y sociales de otros países para apoderarse de sus mercados y su sector estatal.

Cuando estas medidas devienen insuficientes los capitales, buscando más rentabilidad, fluyen hacia la economía financiera o «economía de casino», que no produce riqueza real sino una inflación artificial de valores; es decir, una «burbuja financiera». Cuando esta burbuja estalla, los ricos quedan más ricos y los pobres más pobres, pues se produce un tramposo trasvase de riqueza de abajo hacia arriba: la plutocracia deviene cleptocracia.

Esta hipertrofia financiera produce tres efectos perversos: en el plano económico la sumisión de la economía productiva a la financiera (lo que se traduce en la dictadura encubierta de la gran banca, impuesta a través de una red de bancos centrales seudoindependientes); la decadencia del sector industrial en relación con el de los países en desarrollo (potencias emergentes: China, India, etc..), y un empobrecimiento generalizado de la población que abarca a las propias clases medias, abocándolas a su desaparición.

Tras el estallido de sucesivas burbujas, la propia economía financiera deviene insostenible y entra en crisis, hundiendo aún más a la productiva vía restricción del crédito y saqueo de las arcas públicas por la gran banca para prevenir, supuestamente, una catástrofe económica («es demasiado grande para dejarlo caer» aducen con cinismo cuando rescatan un banco). Esta socialización de pérdidas empobrece aún más a las masas y al propio Estado, dando paso a una recesión generalizada que puede desembocar en depresión.

En esta coyuntura nos encontramos actualmente: una crisis similar a la del 29, pero más globalizada y agravada por la irrupción de otras dos: la energética y la ecológica. Juntas configuran una crisis de civilización, caracterizada por revelarse insostenible el sistema productivo, las relaciones sociales y las relaciones con el entorno natural.

En la teoría -y en la práctica- capitalista, de la crisis económica se sale con medidas keynesianas (un nuevo New Deal) o con una guerra generalizada (por los mercados, el petróleo y las materias primas); pero, como ahora veremos, la incidencia de la crisis ecológica hace la primera inviable. Al capitalismo agotado sólo le queda, pues, el recurso a la guerra. Nos encontramos en la encrucijada prevista por los padres del socialismo científico y enunciada por Rosa Luxemburgo como «socialismo o barbarie».

¿Un nuevo New Deal?: otro capitalismo no es posible

No lo es por las siguientes razones:

  • El capitalismo euroamericano dio el salto al neoliberalismo globalizador no por azar, sino por necesidad, dada la caída de la rentabilidad en la economía productiva. Reactivarla no es, pues, la solución, ya que el fenómeno volvería a reproducirse, dada la abismal diferencia entre la capacidad productiva actual y la capacidad de consumo de las masas, que solo podría saldarse con una «socialización» de la economía. Ésta tendría que ser más profunda que la del New Deal, pues el paro estructural generado por la revolución robótico-informática sólo podría absorberse con una considerable reducción de la jornada laboral (algo impensable con un gobierno de empresarios y banqueros).
  • El «Estado de bienestar» sigue basándose en la posibilidad de un aumento indefinido de la producción y el consumo, lo cual es incompatible con la necesidad apremiante de frenar el deterioro ecológico, especialmente el cambio climático. En el año 1.973 el prestigioso Club de Roma alertó en su célebre informe «Los límites del crecimiento» sobre la insostenibilidad del crecimiento indefinido consustancial al capitalismo y abogaba por un «crecimiento cero», dado que, a su entender, esos límites ya habían sido alcanzados. Treinta y cinco años después han sido ampliamente rebasados, hasta el punto de que la «huella ecológica» (medida de sostenibilidad) exigiría disponer de más de un planeta Tierra para evitar que la biosfera colapsara. Por lo tanto ya no vale, por insuficiente, el «crecimiento cero», sino que, por el contrario, sería necesario un «decrecimiento». Es obvio que para el capitalismo ello significaría su suicidio como sistema.
  • Con el costoso salvataje del sector financiero en EU-UE -en lugar de primar la economía real- las élites neoliberales demuestran que han optado por prolongar a toda costa el actual modelo, que les había servido como instrumento de neocolonización «pacífica» del resto del planeta.
  • Los astronómicos fondos públicos desembolsados han dejado a EU con un monumental déficit fiscal, que hace muy difícil ayudar a las familias y crear puestos de trabajo suficientes para reactivar el consumo. Según el prestigioso economista estadounidense Michael Hudson es urgente, además, una sustancial subida de los salarios, muy desfasados respecto de la productividad.
  • En la UE, la batería de propuestas neoliberales del Tratado de Lisboa (jornada de 65 horas, retraso de la edad de jubilación, Directiva Bolkestein) originarían más paro y menos consumo, ahondando aún más la crisis.
  • El complejo industrial-militar de EU, sobre el que alertara en su día D. Eisenhower, ha crecido hasta un nivel tal que constituye -en colusión con Wall Street, donde sus acciones se cotizan siempre al alza- un verdadero Estado dentro del Estado. Su continuidad ha devenido, a la vez, una diabólica necesidad interna (keynesianismo militar) y externa (expansión imperial). Su desmantelamiento pacífico sería, pues, casi imposible. Pero, sin embargo, una drástica reducción del presupuesto militar sería imprescindible para financiar un New Deal, según aducen economistas tan poco sospechosos como el Nobel estadounidense Joseph Stiglitz.
  • La detentación directa del poder político en el Norte rico por los poderes fácticos -especialmente los financieros- y la carencia, por tanto, de verdadero pluralismo político (el bipartidismo reinante es, en realidad, monopartidismo únicopensante) hacen que, hoy por hoy, no exista allí ningún candidato independiente capaz de dar un giro a la situación. Obama ha respaldado plenamente el salvataje financiero y la política guerrera.
  • La globalización ha hecho extensiva la crisis al resto de los países capitalistas, íntimamente ligados -especialmente China y Japón- a la economía usamericana. Gravemente afectados por ella, son incapaces de tomar el relevo como «locomotoras» de la reactivación económica mundial.

Peligros y oportunidades

Nos encontramos, pues, ante el fin del neoliberalismo, pero también del capitalismo, porque ante la crisis actual- una crisis de civilización- éste carece de mecanismos de autorregulación y adaptación a la misma. Sólo podría sostenerse por la fuerza: implantando la esclavitud neo feudal (como dice M. Hudson) o un estado policiaco-orwelliano que yugule la oposición interior; y con un salto adelante en la expansión militar de EU-OTAN, como medio desesperado de apoderarse de recursos y mercados. Esta situación es similar a la que condujo a la segunda guerra mundial -ascenso fascista incluido- pero mucho más grave en amplitud y profundidad. Éste, el de un IV Reich y una tercera guerra mundial (que para algunos ya ha empezado) es uno de los mayores peligros de esta encrucijada, preñada de ellos. Para evitar que se materialicen, la lucha por la paz debe ser hoy una prioridad.

Pero esta situación puede ofrecer también oportunidades, si la concienciación de las masas, propiciada por la crisis, da un salto cualitativo y desemboca en movilización reivindicativa de un nuevo modelo de convivencia. Veamos algunas de ellas:

  • Reflotar la economía financiera requeriría la creación de nuevas burbujas y una nueva expansión del crédito, lo cual es muy difícil dado el actual nivel de endeudamiento de las masas, y el recelo generalizado hacia los bancos y fondos de inversión.
  • El gigantesco déficit público dificultará la aprobación por los parlamentos de mayores presupuestos militares para financiar una ampliación del escenario bélico.
  • La crisis económica puede reducir el consumo de petróleo, favoreciendo el paso a las energías alternativas.
  • La penuria generalizada puede propiciar la interiorización de los nuevos valores, como la solidaridad y la austeridad, entre las capas medias empobrecidas. Además refuerza la reivindicación de lo público (banca pública, p.e.) y de la justicia fiscal.
  • El peligro de una catástrofe alimentaria propicia la reivindicación de la soberanía alimentaria y la agricultura familiar, contra el modelo neoliberal agroexportador (y los biocombustibles).
  • El desbocado déficit usamericano, unido a los bajos intereses, puede acelerar la debacle del dólar como moneda patrón, eliminando así uno de los principales instrumentos de hegemonía del imperialismo neoliberal.

En resumen: en esta coyuntura de crisis sistémica cobran todo su sentido las propuestas emanadas del Foro Social Mundial, como alternativa capaz de alumbrar otro mundo posible. Conseguir que la sociedad civil mundial las haga suyas constituye un reto trascendental para el movimiento altermundista.

Otras reflexiones

En un cambio civilizatorio hay que difundir, sobre todo, nuevos valores, más que sistemas doctrinales cerrados, si queremos incidir sobre una sociedad plural. La Revolución Francesa fue un cambio civilizatorio abortado, ya que sus principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad -que hubiesen dado fin a la triste historia de la explotación del hombre por el hombre- fueron traicionados por la burguesía y desembocó en un simple relevo de clase dominante. Hoy esos principios no sólo siguen siendo válidos, sino que su asunción ha devenido, junto con el de sostenibilidad ecológica, condición de supervivencia de la especie humana.

Una dislocación geopolítica global puede comenzar -predicen algunos analistas- este mismo año, como consecuencia de la desintegración de la globalización financiera y de la fragmentación de los intereses estatales y regionales (algunos predicen un desmembramiento de la federación estadounidense, lo que daría lugar a la paradoja del balcanizador balcanizado). Dicha dislocación configuraría un escenario mundial altamente preocupante de involución y proteccionismo, propicio para la guerra. Complicaría la verdadera alternativa, que es la globalización de la solidaridad, así como la cooperación internacional contra la crisis ecológica, especialmente el cambio climático.

Además de grandes bancos quebrados, cuyos falsos activos solo se pueden sanear con más dinero público, aún quedan dos gigantescas «burbujas» por estallar: la de las tarjetas de crédito y la de los bonos emitidos por estados en bancarrota. Y no nos referimos tanto a los bonos del Tesoro de EU (con dudoso respaldo, pese a considerarse un refugio seguro) como a los emitidos por algunos estados de la federación: California, Ohio, Florida y algún otro.

Los «amos del mundo» (las élites financieras de El Eje) han venido acumulando en sus manos -valiéndose de la moneda patrón y el control de las Bolsas- los resortes del poder económico global: ingentes capitales en paraísos fiscales; control de la redes del narcotráfico; control de los servicios públicos de numerosos países; recursos agrícolas (incluido el monopolio mundial de las semillas); recursos hidráulicos y mineros; patentes de biotecnología, y un largo etcétera. Implementar «otro mundo posible» presupondría, inexorablemente, la «expropiación de los expropiadores».

Pese a que El Eje ha logrado colocar dos valiosos peones, Merkel y Sarkozy, en la «vieja Europa» después de haber colonizado políticamente la «nueva», ésta, gravemente afectada por la crisis, se desmorona amenazando arrastrar a aquella. Pueblos del Este europeo (Ucrania, países bálticos) estafados por el escaparate capitalista, empiezan a salir airados a la calle, confluyendo con los del Oeste (Grecia, Francia). Tras el estallido de la burbuja financiera, se avizora un estallido social (el gobierno Bush, violando su propia constitución, desplegó al efecto una unidad especial del ejército).

El Eje ha tratado de arrastrar a Europa -vía OTAN- a sus aventuras imperiales, pero encuentra cada vez más resistencias: Afganistán puede ser el «agujero negro» que se trague a ambos. La crisis militar se suma así a la económica, la social y la medioambiental, configurando un escenario que evoluciona rápidamente hacia situaciones límite. Hay informes inquietante de que El Imperio se ha venido preparando para ellas con una «agenda oculta» que incluiría drásticas medidas hacia el interior (suspensión de la constitución y ley marcial) y hacia el exterior (bombardeo atómico de Irán o Paquistán, como inicio de un Armagedón nuclear). El detonante-excusa podría ser un nuevo auto atentado atribuido, como el 11-S, a terroristas de alguno de los países mencionados.

Las contradicciones internas del sistema han acabado poniendo a las élites neoliberales ante la paradoja de tener que socializar la economía para que siga funcionando. Sin embargo, su insistencia en reflotar un sistema que -ellos lo saben- ahondaría la crisis hasta límites insostenibles, plantea una pregunta inquietante: ¿están dispuestos a poner a la humanidad y a la biosfera en peligro con tal de conservar su poder? (Chomsky habla del «síndrome de Sansón» que padecen los halcones: llevarse al mundo por delante en su posible caída). La mentalidad genocida de que han hecho gala en Irak, Afganistán y Palestina nos avisa que debemos estar preparados para lo peor.




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