Presión que no cesa: El FMI sigue imponiendo su «hoja de ruta»

Jose A. Pérez TapiasArgumentos PTapias

En España seguimos estando bajo la presión incesante del FMI. No es de extrañar, dado que el FMI ha colonizado a la misma UE, situándose en el centro de las políticas económicas de la «eurozona» desde que se aprobó aquel fondo de 750.000 millones de euros para ayudas a posibles Estados en riesgo -fondo creado para, a toda costa, no ser utilizado, sino para hacerlo funcionar como la gran coartada de planes de ajustes insoslayables impuestos por los mercados-.

El FMI, siguiendo sus pautas habituales, ha vuelto a pronunciarse respecto a España, a su situación económica y a las políticas de nuestro Gobierno. Y lo ha hecho como en otras ocasiones: una vez que se realizan ciertas reformas, se pronuncia sobre las mismas para decir, incluso considerándolas correctas desde su punto de vista (neoliberal), que son insuficientes. Es decir, el FMI vuelve a subir el listón una vez más, a afilar la tijera de los recortes, a señalar que, hecha la reforma laboral, hay que proceder a nuevas reformas en la misma dirección: la de ajustes planteados desde una perspectiva economicista, ajena a otras consideraciones incluso desde el mismo campo de la economía.

Por eso el FMI, como podemos ver en la prensa de hoy, exige reformas «exhaustivas, urgentes y decisivas», dejando sobre la mesa apurar al máximo en la reforma laboral al servicio de la patronal y acometer con la mayor celeridad la reforma del sistema de pensiones. Al FMI le importa un bledo, claro está, el Pacto de Toledo y la Comisión parlamentaria que trata sobre el mismo, como igualmente le trae sin cuidado que tal reforma no sea de suyo urgente para la salida inmediata de la crisis. El FMI está mirando más allá, que es donde los mercados financieros han puesto sus objetivos.

Seguimos, pues, atrapados por la disciplina que el FMI internacional impone. No es mal momento para leer la obra de Joseph E. Stiglitz titulada Caída libre para tener buena información acerca de cómo han funcionado en crisis anteriores y en los más diversos contextos las recetas universales del FMI, obsesionadas con la reducción sin contemplaciones del déficit, con políticas inmisericordes de ajustes. Siempre han hecho pagar las crisis a quienes no han sido responsables de ellas, los trabajadores; siempre han funcionado a favor de mercados financieros que para nada quieren una regulación disciplinada como la que luego el FMI impone al «factor trabajo». No deben pasarse por alto los documentados análisis de Stiglitz, Premio Nobel que ha pasado por el Banco Mundial como Economista Jefe y sabe de lo que habla, el cual, por eso mismo, ha sido invitado reiteradamente a hablar en foros socialistas como los de nuestra Fundación Ideas y otros. Y no advierte sólo sobre quiénes acaban siendo los paganos de los desafueros financieros de otros, sino de cómo se fraguan las caídas en recesiones cuando se entran en vías para salir de las crisis tan obsesionadas con ajustes que bloquen el imprescindible crecimiento.

Dominique Strauss-Kahn, socialista francés al frente del FMI, al parecer converso neoliberal de estricta obediencia, apadrina desde su puesto las políticas que el organismo que dirige exige y bendice. La ocasión también permite recordar un todavía reciente artículo, publicado el pasado 26 de mayo, del economista Miguel Boyer -a la sazón consejero áulico en La Moncloa tras su paso por FAES una vez que se alejó de la órbita socialista en la que brilló como ministro de Felipe González-, titulado «La hora del ajuste y de la reforma laboral». En ese texto acababa invitando irónicamente a Strauss-Kahn a que, ante la posibilidad de que fuera candidato a las presidenciales francesas, tuviera el coraje de proponer en campaña electoral en su país aquello que ahora estaba exigiendo a los demás. Podemos preguntarnos si Boyer seguiría insistiendo hoy en esa apostilla con que remataba el citado artículo en El País, pero quizá no merezca la pena hurgar en rápidas drivas personales.

Lo malo es que éstas tienen a veces importantes consecuencias políticas. Interesa más otra cosa y ésta no es cuestión de cálculo electoralista, sino de consistencia del discurso y coherencie entre discurso y acción ante las necesidades del país, por lo que a la vista de tal consistencia y coherencia, tan zarandeadas, podemos preguntarnos: ¿cómo llegaremos los socialistas españoles a nuestras próximas citas electorales? La respuesta, rememorando a Bob Dylan, está en el viento del que informan los análisis sociológicos sobre el tiempo político. La «hoja de ruta» del FMI conduce peligrosamente al precipicio. Eso pasa cuando la economía deja atrás a la democracia.




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