Obsesión por el ranking

José A. Pérez TapiasArgumentos PTapias

Vivimos en un mundo real donde el mercado manda, y bien sentimos que manda demasiado. Estando en este mundo tan lejano del mejor de los mundos posibles no podemos desatender la necesidad de que nuestra economía sea competitiva. ¡Vale! Pero de ahí no se sigue que se eleve la competitividad a criterio rector dominante de nuestros comportamientos individuales y colectivos.

Menos aún debe seguirse vernos atrapados por una incontrolable pulsión a ser competitivos a costa de lo que sea pensando que hay que dar la talla en el ranking internacional de competitividad. Resulta, sin embargo, que ahora se nos insiste en que la reforma laboral, definitivamente aprobada ayer en el Congreso, será el gran trampolín para ascender en el ranking mundial de competitividad. Así lo ha formulado la minsitra Salgado: «Con la reforma laboral tendremos un mercado laboral, una regulación laboral, que nos permitirá escalar en el ranking mundial de la competitividad».

Sabíamos que queríamos ser adalides de las políticas sociales, los derechos civiles, la cooperación al desarrollo… Descubrimos que en verdad, con fervor de alumnos ansiosos por ser los primeros de la clase, queremos ser los que encabecen la lista de los más competitivos, «cueste lo que cueste». Lejos hemos de quedar de esos griegos, indolentes y desaplicados, últimos de la fila europea, que han puesto contra la pared, ya que ahora va a resultar -Eduardo Galeano lo ha dicho con su proverbial ironía- que «Grecia tiene la culpa de la crisis».

Todo esto, además de para ensalzar las bondades de la reforma laboral que los sindicatos denostan -con la curiosa nota a pie de página que da cuenta del alto porcentaje de la ciudadanía que está de acuerdo con las razones de los sindicatos aunque no piense ir a la huelga (ya irá a los urnas, o no: se abstendrá)-, viene a cuento del Informe de Competitividad Global que anualmente presenta el FMI -¿quién, si no?-. En el que se acaba de presentar este año nos tropezamos con la desagradable noticia de que España está en el puesto 49 de 139 países. Lo más desagradable es que en el del año pasado estábamos en el 33. ¡Hemos caído! ¿Y el plan de ajuste, y el decreto de reforma laboral, y la congelación de pensiones, y la anunciada reforma del sistema de pensiones…?

Todavía no han hecho notar sus efectos, al parecer, en lo que a competitividad se refiere, aunque así en otros respectos, como es notorio para los ciudadanos uno a uno tomados. Pero, con todo, lo grave es que la obsesión por el ranking de la competitividad -algo desastroso para una economía que se presenta como la octava del mundo- no permite darse cuenta de que es la escala hacia el ara sacrificial del mercado capitalista.

Sabemos que el mercado es insaciable, y tanto más cuanto más débiles nos vea. Y podemos entrever, si nos quitamos las anteojeras de la obsesión por la competitividad, que más seremos sus víctimas si dejamos que los criterios del ranking los pongan otros, es decir, quienes los ponen. ¿O no hay nadie en el FMI? ¿Por qué, además de reforma laboral, no se hace un poquito de crítica a las directrices del FMI? ¿No había una cosa llamada «crítica de la economía política»? Pues eso, que diría Forges.




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