Mercados: ¿hay alguien ahí?

MercadosJuan Torres López – Consejo Científico de ATTAC.

Las políticas que se vienen aplicando en los últimos años que han supuesto un deterioro continuo de los salarios y de las condiciones de vida de las clases trabajadoras y de menor ingreso han sido posibles por la extraordinaria acumulación de poder en manos de los grandes grupos económicos y financieros.

Pero ese poder no se refiere solamente a su potencia económica o a su cada vez mayor capacidad para influir en las decisiones políticas. Esto, que es decisivo, se ha podido conseguir gracias también a su impresionante dominio de las fuentes del consenso social, de los sistema de mediación que moldean las mentes, los hábitos, las creencias y los prejuicios de la gente. No puede explicarse lo que está ocurriendo en el capitalismo neoliberal de nuestra época sin entender que el neoliberalismo es, quizá principalmente, una formidable máquina de crear convencimiento y legitimación mediante un control exhaustivo de los medios y de los procesos de información y adoctrinamiento.

Claras manifestaciones de esa estrategia civilizatoria son la constante pérdida de contenido de los conceptos relativos a la realidad social que se utilizan para construir los discursos sociales o la omnipresente insistencia en que no hay alternativa alguna a lo que se realiza desde los gobiernos.

Y no cabe duda de que se trata de una estrategia orientada a la sumisión y desmovilización que tiene éxito. Basta ver la pasividad (por más que haya intentos de romperla)con que se hace frente a las agresiones constantes que se han llevado a cabo y aún más en los últimos tiempos, cuando los gobiernos han tomado, sin apenas oposición, medidas de una contundencia quizá sin precedentes basadas en discursos cargados de mentiras solo para salvar la piel de los responsables de la crisis a costa del resto de la sociedad. A veces, como ha ocurrido con ocasión del vergonzoso indulto al consejero delegado del Banco de Santander, sin ni siquiera disimular la efectiva complicidad que se produce entre los poderes financieros y quienes hace tiempo vienen actuando como sus empleados y no como verdaderos servidores públicos.

Como parte de esa estrategia se ha difundido también masivamente en los últimos tiempos la idea de que «los mercados» son quienes imponen de manera inexorable las condiciones a las que ha de plegarse la política económica y que frente a ellos solo cabe el respeto, pues cualquier otra acción no redundaría sino en problemas imprevisibles.

Para que la expresión sea creíble se habla de los mercados como si fuesen un ente abstracto capaz de establecer e imponer su lógica de conformidad con leyes más o menos naturales que solo los técnicos pueden llegar a comprender pero que, en cualquier caso, nunca debemos tratar de alterar, so pena de sufrir los más terribles descalabros.

Por eso se habla de los mercados de forma tan impersonal, sin mencionar qué puede ser lo que haya en su seno o lo que en realidad determina o condiciona sus decisiones. Aunque a veces, se les da vida y voluntad afirmando que «los mercados reclaman», «los mercados rechazan»… Incluso he llegado a leer que los mercados «sienten» o se encuentran más o menos «confortados» («La zona euro debe entregar algo que calme a los mercados y por el momento los mercados sienten que no se les ha dado algo que los conforte»)… como si un mercado fuese un ente de carne y hueso que gime o se alegra como una persona cualquiera.

Lo curioso es que hay algo de verdad en lo que se afirma al referirse de esa manera a los mercados. Es cierto que en su seno hay respuestas, preferencias, imposiciones, lamentos, exigencias, órdenes, normas… que se quieren imponer a la sociedad en su conjunto pero el fraude consiste en presentarlas como si fuesen propias de entes impersonales y no de las personas de carne y hueso que en realidad los dominan.

Los mercados son realmente como los muñecos que parece que hablan pero que solo mueven la boca gracias a los dedos del ventrílocuo de quien salen las palabras y sonidos con los que engaña a su público.

Ni esos muñecos tienen por sí solos nada que decir ni los mercados por sí mismos tienen preferencias ni pueden reclamar otra cosa que no sea lo que prefieran o reclamen los sujetos que en las relaciones de intercambio que se llevan a cabo en su seno disfruten de mayor poder de apropiación; es decir, de mayor capacidad para imponer los términos y reglas que dominen el intercambio y el ecosistema social en el que se lleva a cabo.

El engaño empieza tratándonos de presentar a «los mercados» como un mecanismo perfecto y capaz de producir soluciones satisfactorias para todos cuando sabemos perfectamente que eso es imposible. Ni siquiera podría proporcionarlas el que la teoría económica presenta como la fuente de la asignación de recursos óptima, el mercado de competencia perfecta, porque esa asignación óptima es compatible con cualquier tipo de resultado distributivo y es evidente que no todas las personas estarían dispuestas a aceptar como bueno cualquiera de ellos.

Se difunde también la idea de que gracias a los mercados es posible resolver los problemas del intercambio sin intervención ni injerencias indeseables porque no precisan de la mano odiosa de los políticos, de los burócratas o de nadie que determine qué se debe o no hacer para que funcionen correctamente. Otra falsedad pues la realidad es que incluso el mercado más primitivo y elemental (pensemos sin ir más lejos en el que informalmente generan los niños en el patio del colegio cuando intercambian cromos) debe estar regulado por algún tipo de norma o derecho que fije lo que se puede y lo que no se puede hacer en el intercambio (y si no, recordemos lo que nos podía acaecer a la salida del cole si nos atrevíamos a incumplir con la promesa de entrega del cromo).

Todos los mercados necesitan reglas y normas, y funcionan o reclaman o sienten, por utilizar los términos al uso, de una u otra manera en función de lo que los grupos con poder para ello han establecido en las normas que los regulan.

Para poder disimular todo esto lo que se hace es ocultar la presencia de esas personas comunes y corrientes o de los grupos que disponen de esos poderes de apropiación, de la capacidad de establecer lo que se hace o no en los mercados. Sin mencionarlos, ocultando que no existen en realidad «los mercados» como fuentes de preferencias y decisiones sino personas o grupos que las imponen, es como se puede garantizar el sometimiento.

Otra cosa sería si se le explicase a la gente que cuando se habla, por ejemplo, de «los mercados» farmacéuticos estamos hablando de un ámbito en donde 10 compañías controlan  casi el 55% de todas sus actividades; que seis grandes compañías controlan la industria discográfica mundial; que diez 10 empresas controlan el 80% del mercado global de pesticidas: otras diez el 80% del comercio mundial de los alimentos y la totalidad del mercado internacional de petróleo o el 80% del mercado global de pesticidas. O que algunos mercados están incluso más concentrados en pocas manos que los anteriores. Que cuatro compañías controlan el 70 por ciento del comercio mundial de comida. Que en España, siete empresas controlan tres de cada cuatro alimentos que compramos, cinco controlan una de cada dos y una empresa (Carrefour) controla uno de cada cuatro alimentos que compramos (http://www.exporetail.com/espanol/pdf/estudio.pdf). Cuatro empresas controlan el mercado español de café y tres el de café tostado molido (Kraft Food, Sara Lee/DE y Nestlé). Solo dos compañías (Cargill and Archer Daniels Midland) controlan tres cuartas partes del comercio mundial de granos y una empresa, De Beers, controla el 75% del comercio mundial de diamantes (The Oligopolies).

Y eso por no hablar de los mercados financieros, en donde la concentración es incluso aún más mayor y, como estamos viendo, más peligrosa y creciente a medida en que se vayan aplicando las medidas que los poderes efectivamente dominantes han logrado imponer a los gobiernos para «salir» de la crisis.

Baste saber que según The New York Times (“A Secretive Banking Elite Rules Trading in Derivatives“) solo nueve personas (Thomas J. Benison de JPMorgan Chase & Company; James J. Hill de Morgan Stanley; Athanassios Diplas del Deutsche Bank; Paul Hamill de UBS; Paul Mitrokostas del Barclays; Andy Hubbard de Credit Suisse; Oliver Frankel de Goldman Sachs; Ali Balali del Bank of America, y Biswarup Chatterjee de Citigroup) que «se reunen el tercer miércoles de cada mes en el Midtown de Manhattan» dominan el mercado de los derivados financieros, es decir, unos 700 billones de dólares, lo que más o menos viene a significar que dominan el mundo.

Iago Santos ha demostrado que en España a finales de 2006 una veintena de grandes familias eran propietarias del 20,14 por ciento del capital de las empresas del Ibex-35 y una pequeña élite de 1.400 personas, que representan el 0,0035 por ciento de la población española, controlaba recursos que equivalen al 80,5 por ciento del PIB (Una aproximación a la red social de la élite del poder económico en España). Ellos son «los mercados».

Artículo publicado en Sistema Digital




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