La ideología perversa de los economistas

Carlos Berzosa – Consejo Científico de ATTAC España

El tema de la ideología en la economía ha sido objeto de libros, artículos, debates y controversias, sobre todo tras la segunda guerra mundial. Hay tres libros a los que se puede considerar clásicos que, por su importancia y por sus diferentes concepciones, me gustaría destacar: “Historia del análisis económico” de Schumpeter, “Filosofía económica” de Joan Robinson, y “La teoría del valor y la distribución desde Adam Smith hasta nuestros días” de Maurice Dobb. De todos ellos, que tienen posiciones diferentes, me inclino por el análisis que realiza Dobb, seguramente el mejor economista marxista del siglo XX.

En los últimos tiempos, este debate ha desaparecido prácticamente de las controversias entre los economistas y cualquier reflexión sobre esto se considera pasada de moda. La pretensión de la ciencia económica moderna es asemejarse cada vez más a las ciencias experimentales, y por eso hay que eliminar cualquier factor o residuo que aparentemente pudiera parecer como no científico. Sin embargo, a pesar de estas pretensiones, la ideología aparece siempre antes, durante y después del análisis, aunque se trata de ocultar detrás de ecuaciones, modelos matemáticos y gráficos. Pero lo que se esconde tras una apariencia de ciencia y elegante formalismo, es una forma de entender la economía que escamotea el funcionamiento real de los procesos que explican los comportamientos individuales y colectivos.

Lo que estamos contemplando con motivo de la crisis pone en evidencia lo dicho, pues muchos de estos economistas, no tienen ningún pudor para dejar de lado sus instrumentos cuantitativos para opinar sin ningún fundamento científico, sobre todo, tratando de influir en los poderes de decisión, y lo más grave es que lo consiguen, pues no dejan de ser gente influyente. La ideología conservadora, no obstante, les atrapa de tal modo que son víctimas de ella, en mayor medida de los que reconocemos que la economía tiene un componente ideológico.

La ceguera llega a tales extremos, que pretenden hasta negar los hechos más evidentes. Muchos de ellos siguen manifestando, por ejemplo, las excelencias del mercado autorregulado, al que no consideran causante de la crisis. Insisten en la necesidad de reducir impuestos, en proponer la reforma laboral a la baja, así como en disminuir las pensiones e impedir cualquier aumento del gasto público que fomente el déficit público. Lo que sucede es que, como dice Keynes, en la “Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero”: “Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree”.

Hasta un economista moderado como Samuelson, Nobel de economía y nonagenario, ha tenido que salir a defender las políticas de estímulo del gasto público de Obama, recordando lo que sucedió en los años treinta. Entonces hubo economistas, varios de ellos de la Universidad de Harvard, que se negaban a aceptar la expansión del gasto público como una medida imprescindible para evitar un empeoramiento de la situación. Lo que consiguieron, según Samuelson, fue el retraso en tomar medidas adecuadas y con ello aplazar la recuperación. Que no vuelva a suceder ahora lo mismo es lo que pide Samuelson.

Otro tanto dice Krugman, el último Nobel de economía, de los que no aprueban las políticas de estímulo del gasto público. Les recuerda también lo que sucedió en los años treinta, y que no se olviden de la lección que de entonces se pueda extraer. Hay que recomendar, no cabe duda, a estos economistas que lean historia y que traten científicamente de analizar los problemas existentes en el pasado y en el presente, y sobre todo que tengan en cuenta los ciclos económicos.

No estaría de más que releyeran a Keynes, Kalecky, Myrdal, los institucionalistas, y sobre todo a Polanyi en su extraordinario libro “La gran Transformación”, escrito en el año 1944 y del que hay varias traducciones al castellano en la editorial La Piqueta y en el Fondo de Cultura Económica, con introducción de Stiglitz, otro Nobel de economía. A quien le interese la obra, vida y evolución ideológica de este autor, puede leer el libro de Jérôme Maucourant “Descubrir a Polanyi” en Edicions Bellaterra.

Los economistas discrepamos por muchas razones, pero la principal es que no todos tenemos las mismas ideas de lo que debe ser una sociedad mejor, y si los objetivos varían, también varían los medios para alcanzarlos. Admitido esto, no obstante, a veces hay hechos evidentes, que, sin embargo, se pretenden no reconocer, y lo más triste es que gran parte de los economistas conservadores, pero influyentes, siguen erre que erre defendiendo sus postulados, como si nada estuviera ocurriendo.

Los que se llaman a sí mismos científicos puros son los más ideológicos, tanto en sus análisis abstractos por dejar de lado cuestiones relevantes, como cuando salen a la escena a opinar dejando una vez más en evidencia que lo que les preocupa es una salida de la crisis que favorezca los intereses del capital en contra de los derechos de los trabajadores. Siempre se equivocan para el mismo lado.

Artículo publicado en Sistema Digital.




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