La encrucijada de la izquierda

Muro de BerlinFrancisco Delgado Morales – ATTAC Cádiz.

POPULISMO: Doctrina política que se presenta como defensora de los intereses y aspiraciones del pueblo para conseguir su favor.

En momentos como los actuales, en la que los Gobiernos de los países están en manos de los mercados y sus mercaderes aparecen peligros que atentan contra los principios propios del sistema democrático. La desafección política que sufren los ciudadanos en estas circunstancias se ve potenciada por una serie de movimientos sociales y partidos políticos que surgen en los márgenes del sistema de partidos, que se presentan como la necesaria regeneración política y proclaman la superación de la dicotomía ideológica izquierda/derecha. Nada más lejos de la realidad. Este discurso de fin de las ideologías no es nuevo y entre otras cosas ha devenido finalmente en una crisis socialdemócrata (que lo admitió) y en otra sistémica que hace más necesaria que nunca la revisión de los postulados ideológicos de la izquierda.

Tras la caída del muro de Berlín, fue F. Fukuyama en 1992 en El fin de la historia y el último hombre el que vaticinó el triunfo definitivo del liberalismo económico y político… y la socialdemocracia se lo creyó. Intentó resarcirse con Anthony Giddens y su Tercera Vía que supuso la admisión de la derrota ideológica y la primera piedra del fracaso y crisis posterior de la izquierda. Una vez admitida esta supuesta derrota emergen los gestores y tecnócratas como clase dirigente en los centros de decisión y la política pasa a entenderse como una mera gestión de intereses públicos.

Desapareciendo la pasión por la política que es entendida como gestión, brota la desafección política entre la ciudadanía produciendo la desconfianza en las instituciones políticas y democráticas a las que no siente cerca y entiende incapaces de dar solución a sus problemas. Esa desafección se manifiesta en un rechazo a los partidos políticos y un desinterés hacia las formas habituales de representación democrática, cuestionando la capacidad real de los partidos tradicionales como instrumentos transformadores de la sociedad.

Es en ese momento cuando aparecen nuevos actores políticos y nuevas formas de actividad política diferentes de las tradicionales. Estos nuevos actores tienen como base esta supuesta superación ideológica, se definen como que no son ni de izquierdas ni de derechas, y su actividad política se fundamente en una continua contradicción con el único objetivo de ganar el favor de la opinión pública. Para ello son capaces de promulgar democracias horizontales dentro de estructuras jerárquicas perfectamente establecidas, defender Estados federales con el centralismo jacobino como eje su discurso, se dicen de progreso y promueven las ideas más reaccionarias. Carentes de más ideología que sus propios intereses, articulan una doctrina tan heterogénea como contradictoria, y se definen por una nueva forma de entender la política, regeneracionista en sus palabras que no sus acciones, presentándose como la salvaguarda de la democracia real. Articulan su estrategia en el populismo y en esa presunta imagen diferenciada de los partidos existentes con el único objetivo de alcanzar el poder por el poder, sin su dimensión transformadora, valiéndose de las reglas del sistema democrático para intentar obtenerlo.

Este tipo de partidos y movimientos no son necesariamente modernos, están siempre ahí, latentes, y aprovechan los momentos de crisis económica y desprestigio de la política como éste para emerger como alternativa. Ha habido alguno en la historia democrática reciente y no tan reciente de nuestro país… Y, como se ha demostrado, son realmente peligrosos, porque están dispuestos a cualquier cosa con tal de obtener más poder. Descrito el panorama las opciones existentes se mueven desde los partidos y actores populistas emergentes a la mercadocracia financiera reinante. Ambos son las dos caras de una misma moneda. Una mercadocracia neoliberal a ultranza que está llevando los postulados de Hayeck, Friedman y sus chicago boys hasta el límite de atentar contra los principios más elementales de la democracia, al tiempo que promueve la existencia de estos movimientos con el objetivo de arrinconarla socialmente a la izquierda y dar el golpe de gracia.

Precisamente, es en este momento cuando la izquierda debe dar un paso al frente reivindicar su responsabilidad y centralidad en la arena política y abrir ese debate supuestamente superado. Debe romper con la apatía, ilusionar a la sociedad, derrocar esta dictadura de los ricos bajo la farsa forma democrática y diferenciarse, no sólo de las ideas existentes afirmando la vigencia de sus postulados, sino, fundamentalmente, sobre la dirección que debería tomar la sociedad. Se trata de dar paso a la sociedad, devolver el poder a la ciudadanía, recuperar la soberanía popular y los cauces de participación democráticos, reconciliar a la izquierda con sus orígenes y articular una alternativa política real al sistema existente.

Parafraseando a Kevin Spacey en Sospechosos Habituales cuando afirma que “El mejor truco que el diablo inventó fue hacerle creer al mundo que no existía”, el mejor truco que inventó la derecha extrema fue hacer creer a la ciudadanía que el debate izquierda/derecha estaba superado. Convencer de lo contrario es el trabajo que debe hacer la izquierda si quiere postularse como alternativa sistémica a un capitalismo socialmente injusto que, bajo la excusa de la crisis económica, está dispuesto a destruir todos los derechos sociales y laborales sobre los que se construyó el Estado de Bienestar y la democracia.




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