Grecia en caída libre, y la izquierda

Michael R. Krätke –  Consejo Científico de ATTAC

¿Qué tienen en común la mayoría de votantes de la CDU y el FDP en Alemania con los comunistas tradicionalistas griegos? Respuesta: todos quieren la salida de Grecia de la Eurozona, y cuanto antes mejor. Unos porque no quieren comprender el desastre que tendría lugar como consecuencia o lo ven como un castigo justo para los griegos que vivieron “por encima de sus posibilidades”. Los otros, los leninistas del Partido Comunista griego (KKE), porque esperan subir al poder tras el caos inevitable de una salida del euro.

Describir como caos lo que esperaría a Grecia en cuestión de días después de renunciar al euro es una subestimación heroica. La economía del país está hoy por los suelos. Si se ignora el pago de la deuda, entre el 2009 y el 2011 los presupuestos del estado se desplomaron en un nada desdeñable 17%. Por iniciativa de Alemania se recortaron los gastos sociales en 180 mil millones de euros. En el mismo espacio de tiempo la economía se encogió un fabuloso 20%. Gracias al dictado de austeridad impuesto por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, los trabajadores, la clase media, los jubilados y los estudiantes griegos son cada día más pobres. El 22 por ciento de los griegos carece oficialmente de trabajo. En los menores de 25 años la cuota de desempleo es del 55%, más alta que en España.

Muchos griegos votaron el 6 de mayo por la coalición de izquierdas SYRIZA porque creen que ya no hay nada que perder. Lo que no cambia que una mayoría de los griegos quiera pese a todo permanecer en la Eurozona. Saben lo que les espera con una salida del euro. Recientemente los ministros de economía de la Unión Europea no dejaron lugar a dudas de que, de abandonar el “programa de ajustes”, se le retiraría la ayuda común estratégica. Sus adversarios en Atenas harían bien en no ir demasiado de farol con la troika: en última instancia quien tiene las mejores cartas es la Eurozona.

Lucha por la existencia

De tener lugar una salida del euro, la fuga de capitales que ya comenzó aumentaría todavía más, y las instituciones financieras en Alemania, Francia y Suiza deberían garantizar una lluvia de dinero. Al mismo tiempo habría que contar con una huida considerable de los ahorros de los depósitos de los bancos para poner los euros que quedan a buen recaudo, transferirlos al extranjero o salvarlos de un cambio forzoso en dracmas. El gobierno griego, independientemente de su color, debería, en consecuencia, e incluso mucho antes de una salida del euro, cerrar bancos y fronteras y quebrantar el derecho europeo para introducir controles a los flujos de capital y despedirse de una economía libre de mercado.

Desde el primer día de su renacimiento la dracma caería con toda probabilidad en picado. Los más optimistas creen que sería normal una pérdida de su valor del 70 por ciento. Se equivocan de cabo a rabo. Porque Grecia necesita importar y no en poca medida. Estas importaciones se encarecerían debido al cambio de divisa, tanto, que en pocos días se desataría verdadera una lucha por la existencia en las gasolineras y supermercados. Se equivoca quien crea que con una devaluación de la moneda mejorará la competencia de manera inmediata. ¿Bajarían los precios para el queso, las olivas, el vino o las vacaciones en el Mar Egeo drásticamente si la dracma tuviese muy poco o ningún valor? Con toda seguridad no! Mientras Atenas abandone la Eurozona pero se mantenga en la Unión Europea, la Comisión Europea debería introducir de inmediato en arreglo al derecho vigente de la UE impuestos a la importación de mercancías griegas de acuerdo con la diferencia (esto es, de un 70 por ciento y más).

De continuar las deudas extranjeras del estado y de las empresas griegas en euros, se convertirían de inmediato en imposibles de pagar. Tantas dracmas para deshacerse de esta montaña de deuda es algo que la débil economía exportadora griega nunca podrá permitirse. Si el gobierno en Atenas lleva a cabo un cambio forzoso de la deuda extranjera en dracmas, el estado entraría en bancarrota, y con él, las empresas que contrajeron con él deudas.

Para los países del núcleo de la Unión Europea sería un fracaso tener que encajar este golpe. Las pérdidas para la Eurozona ascenderían de unos 280 hasta 300 mil millones de euros. El Banco Central Europeo, así como los bancos alemanes, franceses y griegos (los mayores de los cuales se encuentra en manos extranjeras) deberían depreciar sus bonos griegos. A Alemania le costaría unos 100 mil millones de euros. Gracias a la quita de deuda que se consiguió y las condonaciones parciales anteriores quedaría conjurada la con frecuencia mencionada amenaza de un efecto dominó: las deudas griegas son modestamente pequeñas en comparación como para desatar un terremoto bancario a nivel europeo. Pero los daños políticos serían inmensos. La UE debería, como potencia económica más fuerte del mundo, admitir, después de todas las conferencias, cumbres, medidas de rescate y fondos anticrisis, haber sido incapaz de evitar el crash. Para Portugal, Irlanda, España e Italia se crearía un precedente que inmediatamente tendría respuesta entre los acreedores e inversores financieros. Con otras palabras, la factura de una partida de Grecia del euro deberían pagarla los contribuyentes de cada país. El Financial Times de Londres supone incluso que el modelo griego podría sugerir medidas similares en España, Italia y Portugal para deshacerse de sus deudas. Una situación explosiva como ésa la eurozona no la ha vivido todavía.

De 20 a un 30% menos

¿Puede evitarse el escenario de una salida del euro? Si se deja de una vez la ceguera y estupidez económicas, esta opción no parece excluida. Los acuerdos internacionales podrían por supuesto renegociarse si está en interés de ambos lados. Que los acuerdos firmados con Grecia son económicamente irracionales y perjudiciales para ambos lados es incluso urgente afirmarlo.

Es claro que Grecia necesita reformas estructurales. Pero no las falsas reformas que han decretado hasta la fecha la troika compuesta por la Comisión Europea, el BCE y el FMI. Grecia tiene –sabido es desde hace tiempo– cuatro problemas estructurales: una enorme economía sumergida, que supone entre el 30 y el 40% de la economía total del país; una corrupción desbordante; un aparato de recaudación de impuestos que no funciona correctamente; una estructura económica diversificada totalmente deficiente. Una vez más, todo esto es en gran parte consecuencia de la política económica neoliberal de las décadas anteriores y que los diferentes gobiernos en Atenas aplicaron como alumnos ejemplares. De no haber bajado desde el 2004 Grecia sus impuestos a la riqueza, los ingresos y las empresas según dictaba la doctrina neoliberal de la Unión Europea, su deuda actual sería entre un 20 y 30 por ciento inferior.

Ninguno de estos problema puede remediarse con el tratamiento de choque que se le recetó. A través de la llamada devaluación interna –el recorte de salarios, jubilaciones y prestaciones sociales– se empuja a la economía griega hacia una Depresión todavía más profunda. Desde luego, no se puede aportar capacidad de maniobra al fisco cuando se despide a sus funcionarios. Para evitar la evasión fiscal masiva de las empresas griegas –las compañías de logística, uno de los sectores menos conocidos del país, paga tantos impuestos como ninguno– y convertirse en propietario de la riqueza del país se necesita una cooperación europea de las autoridades fiscales. La corrupción no puede combatirse ni frenar la extensión de la economía sumergida mientras el aparato del estado se desangra por completo.

Donde podrían ahorrarse de hecho auténticas fortunas sería recortando el desproporcionado presupuesto militar, pero eso no ocurre por presión de los intereses de las empresas de armamento alemanas. En lugar se le roba al país su futuro, arruinando a las escuelas y universidades a base de austeridad. A un diagnóstico falso le sigue una terapia falsa. Quien quiera terminar con la “eurocrisis” con todas sus absurdidades, tendrá que hacerlo renegociando las condiciones de ayuda con el próximo gobierno griego.

Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.

Traducción : Àngel Ferrero




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