El progreso

Paco Piniella
Attac Andalucía
A menudo utilizamos palabras que cada uno las lleva a su universo personal de forma privada, una de ellas es «progreso»: el progreso, los progresistas, una opción de progreso, una persona de progreso,… Normalmente entendemos progreso básicamente como un proceso de mejora en la sociedad. Se puede divagar mucho en plan filosófico, a niveles a los que no quiero ni me atrevo a profundizar. Y se diga lo que se diga, hoy día, desde mi modesto punto de vista, el concepto de progreso se encuentra en crisis, una vez que cuando para mejorar no podemos crecer sino más bien decrecer. El capitalismo se empeña en el crecimiento económico a cualquier precio y por parte de unos pocos en detrimento de grandes mayorías marginales. Marx hablaba de la marcha progresiva de la Historia, hasta que llegó Fukuyama y dijo que esta, la Historia, había acabado. Yo me planteo este progreso que hasta los conservadores del PP dicen buscar, en términos más simples: mi padre ha vivido mejor que el suyo, yo, mejor que mi padre, pero mi hijo dificilmente podrá seguir el ritmo aritmético o geométrico de la progresión. Antes, en una familia media con el sueldo del padre se vivía con un cierto nivel, en mi casa por ejemplo mi padre como sastre y unas becas del Ministerio, aquellas del PIO, me permitieron estudiar una carrera, ser el primer universitario de una familia humilde. Hoy se necesitan en muchos casos que los dos en la pareja trabajen, fundamentalmente para pagar las deudas de una hipoteca sobrevalorada y consumir lo que el ritmo de los anuncios de la tele nos marcan. Imagino que son ciclos como los que vivieron otras generaciones que pasaron del optimismo ilimitado de la Belle Epoque al pesimismo más profundo de la Alemania Nazi o la Rusia de Stalin.
Es que creo que en el fondo todo es cómo nos venden la moto. Os acordais cuando pusieron los cajeros automáticos para que el cliente tuviera más facilidad en sacar dinero (por cierto, su dinero). Hoy hay menos puestos de trabajo en la Banca y la gente hace la cola en los cajeros, mojándose o pasando calor a la intemperie de la calle. Lo mismo lo puedes trasladar a todas las gestiones que haces por Internet, o a cuando te echas gasolina y te pones pringado de gasoil. ¿Es esto progreso? ¿No será que el progreso es vivir bien en el campo, intercambiar en el mercado del pueblo tus gallinas y la leche de tus vacas? ¿Es progreso tener una casa de la que vas a trabajar media vida para pagarla? ¿Es progreso el sistema político democrático que tenemos? Cuando progreso social se define como el paso hacia «el ideal», idea que se forjó en el siglo pasado, ocurre que existe una élite económica que se ha apropiado de la fábrica de conceptos y de términos y esa comisión, la misma que gobierna los mercados, es la que llama «ideal» a lo que en ese momento conviene. En definitiva creo que a partir de ahora me voy a cuestionar cada vez que me hablen de progreso y de progresismo lo que quieren decir, porque la etiqueta parece que está ya un poco apolillada.

A menudo utilizamos palabras que cada uno las lleva a su universo personal de forma privada, una de ellas es «progreso»: el progreso, los progresistas, una opción de progreso, una persona de progreso,… Normalmente entendemos progreso básicamente como un proceso de mejora en la sociedad. Se puede divagar mucho en plan filosófico, a niveles a los que no quiero ni me atrevo a profundizar. Y se diga lo que se diga, hoy día, desde mi modesto punto de vista, el concepto de progreso se encuentra en crisis, una vez que cuando para mejorar no podemos crecer sino más bien decrecer. El capitalismo se empeña en el crecimiento económico a cualquier precio y por parte de unos pocos en detrimento de grandes mayorías marginales. Marx hablaba de la marcha progresiva de la Historia, hasta que llegó Fukuyama y dijo que esta, la Historia, había acabado. Yo me planteo este progreso que hasta los conservadores del PP dicen buscar, en términos más simples: mi padre ha vivido mejor que el suyo, yo, mejor que mi padre, pero mi hijo dificilmente podrá seguir el ritmo aritmético o geométrico de la progresión. Antes, en una familia media con el sueldo del padre se vivía con un cierto nivel, en mi casa por ejemplo mi padre como sastre y unas becas del Ministerio, aquellas del PIO, me permitieron estudiar una carrera, ser el primer universitario de una familia humilde. Hoy se necesitan en muchos casos que los dos en la pareja trabajen, fundamentalmente para pagar las deudas de una hipoteca sobrevalorada y consumir lo que el ritmo de los anuncios de la tele nos marcan. Imagino que son ciclos como los que vivieron otras generaciones que pasaron del optimismo ilimitado de la Belle Epoque al pesimismo más profundo de la Alemania Nazi o la Rusia de Stalin.
Es que creo que en el fondo todo es cómo nos venden la moto. Os acordais cuando pusieron los cajeros automáticos para que el cliente tuviera más facilidad en sacar dinero (por cierto, su dinero). Hoy hay menos puestos de trabajo en la Banca y la gente hace la cola en los cajeros, mojándose o pasando calor a la intemperie de la calle. Lo mismo lo puedes trasladar a todas las gestiones que haces por Internet, o a cuando te echas gasolina y te pones pringado de gasoil. ¿Es esto progreso? ¿No será que el progreso es vivir bien en el campo, intercambiar en el mercado del pueblo tus gallinas y la leche de tus vacas? ¿Es progreso tener una casa de la que vas a trabajar media vida para pagarla? ¿Es progreso el sistema político democrático que tenemos? Cuando progreso social se define como el paso hacia «el ideal», idea que se forjó en el siglo pasado, ocurre que existe una élite económica que se ha apropiado de la fábrica de conceptos y de términos y esa comisión, la misma que gobierna los mercados, es la que llama «ideal» a lo que en ese momento conviene. En definitiva creo que a partir de ahora me voy a cuestionar cada vez que me hablen de progreso y de progresismo lo que quieren decir, porque la etiqueta parece que está ya un poco apolillada.

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