El poder financiero, principal adversario de la ciudadanía

ciudadaniaXavier Caño Tamayo – ATTAC Acordem.

Cien personas ganaron en 2012 más de 240.000 millones de dólares. Solo cien personas. Tanto dinero como España dedicó ese mismo año a prestaciones sociales, desempleo, sanidad y pensiones. Son solo cien en una también minoría de 1.426 personas que poseen mil millones de dólares o más y que suman entre todas 5,4 billones de dólares de fortuna. Súper-ricos que no han perdido con la crisis sino que han ganado más. A costa de la ciudadanía.

Decía Balzac que tras toda gran fortuna hay un gran crimen y, sin entrar en cuanta verdad tenga el aserto, lo cierto es que el también minoritario 0,01% rico de la población de la Tierra (que poseen 30 millones de dólares o más) no consiguió su fortuna por ser geniales, ni grandes empresarios ni más inteligentes que el resto de la humanidad. La han conseguido con especulación, labor sistemática de lobby, extorsión y soborno más compra de cerebros y conciencias para establecer un sistema privilegiado que beneficie sus intereses; los intereses de la reducida minoría rica.

Desde 1947 hasta los 70, parte de los beneficios de la economía se distribuían también entre las clases populares. En Occidente, claro. No era socialismo, pues había una desigualdad insultante y los ricos se quedaban con la parte del león, pero había cierta justicia en esa distribución. A través de los impuestos el estado podía ofrecer servicios y prestaciones, que incrementaban la renta de la ciudadanía, y que no son otra cosa que respeto y cumplimiento de derechos humanos irrenunciables.

Pero en los 70 empezaron a disminuir los beneficios. Y los ricos se aprestaron a recuperar su anterior volumen de ganancias e incluso más. Financiarizaron la economía, consiguieron escandalosas rebajas de impuestos, lograron leyes laborales que dejaban al trabajador sin protección alguna, privatizaron sector y servicios públicos (convertidos en jugosos negocios), suprimieron cualquier regla y control del sector financiero, más implantar una escasa (cuando no inexistente) voluntad de perseguir el fraude fiscal con los paraísos fiscales como los mejores aliados. Un fraude fiscal, por cierto, que cuesta anualmente 3 billones de dólares a 145 países.

Los ricos lograron así establecer un sistema descaradamente a su favor completamente amañado.

En Europa, la crisis-estafa cobró forma de crisis de deuda pública. Una deuda difícil o imposible de pagar, pero objeto preferente de especulación y medio de dominio político y social. Además de pretexto para imponer una implacable austeridad fiscal como presunta política para afrontar la crisis. Hans-Werner Sinn, preclaro asesor de Ángela Merkel y presidente del IFO (Instituto para la investigación económica) desvela sin rubor el objetivo de esa política, cuando asegura que los países del sur con problemas de endeudamiento (Portugal, Grecia, España e Italia) deberán soportar diez años más de austeridad hasta lograr la imprescindible “devaluación interna de un 30%” y así poder salir de la crisis. ¿Devaluación interna?

Sí. Adictos a los eufemismos y la simulación, el camuflaje lingüístico y el engaño, los ricos (la clase dominante o poder financiero), para continuar siendo muy ricos, necesitan que las clases populares pierdan un 30% de su renta en forma de salarios más bajos, pensiones más bajas, menos prestaciones sociales y menos servicios públicos. Eso es la devaluación interna. Una rebaja de rentas de la mayoría en clara transferencia hacia las cuentas y depósitos de la minoría rica. Más algunas migas o migajas destinadas a secuaces, cómplices y encubridores que les han servido y sirven para engañar, someter y esquilmar a la ciudadanía: gobiernos, políticos profesionales, medios de comunicación, “expertos”… Pues hoy ya es diáfano que la mayoría de estados gobiernan sobre todo para los ricos (mercados financieros, si prefieren) y no para la ciudadanía.

Juan Torres nos recordó hace poco como, tras el cierre de las urnas en las últimas elecciones italianas, le faltó tiempo a Angela Merkel para exigir lo que tenía que hacer Italia, fuera cual fuera el gobierno que se formara. Aplicar la política de austeridad y lucha contra el déficit. Lo mismo que pretendían las contra-reformas del primer ministro Monti, derrotado estrepitosamente en las elecciones. Es evidente que lo que quiere y expresa la ciudadanía con el voto les importa un bledo. Porque es una dictadura de hecho; la dictadura del poder financiero.

Si el minoritario 0,01% rico controla el poder económico y ha corrompido el político, es evidente que el adversario principal de la ciudadanía son ellos, los ricos, el poder financiero. Y es contra ese poder que hay que levantar un gran movimiento ciudadano que recupere la democracia y cambie la situación en beneficio de la inmensa mayoría.




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