El optimismo negativo

RajoyLuis García Montero – Comité de Apoyo a ATTAC.

La confianza en el universo y en el futuro ha sido la razón principal del optimismo. Una realidad perfecta hace posible una esperanza argumentada. Todo tiene solución, los días navegan a buen puerto, cada amanecer dignifica, cada almanaque corre por las semanas y los meses con una voluntad de beneficio. El optimismo supone así la afirmación positiva del mundo. Una profecía del bien.

Pero la confianza no siempre tiene que ver con la bondad. También resulta posible confiar en que no pase nada. El tiempo se entiende entonces como una rutina que lo borra todo, como una tarea de olvidos. Después de cada desmán, de cada delito, de cada error, se confía en que no pasará nada. Se trata de una especie de optimismo negativo muy afín a la falta de responsabilidades del poder. Todo va bien en la medida en que la realidad es negada o en que el mal se institucionaliza como la única forma de realidad. El optimismo negativo confía en el fatalismo de la sociedad.

La España oficial se ha instalado en el optimismo negativo. Ya no importa tanto resolver los problemas, sino pensar y defender que la incapacidad para resolver los problemas o la forma injusta de encararlos no va a tener consecuencias graves. El sentimiento de impunidad es un aliado imprescindible de esta versión infecciosa del optimismo. El mal conlleva una autoinvitación a la credulidad absoluta.

El pasmoso optimismo del presidente de Gobierno supone una confianza negativa, porque niega la realidad y porque espera que los problemas sin solución no le pasen factura. Rajoy no es tonto, es un optimista negativo. Sabe que el país va mal, que los ciudadanos se están empobreciendo de forma vertiginosa y que las medidas que ha tomado y que va a tomar sólo sirven para empeorar la situación. Es muy consciente de que gobierna para una élite española y europea que necesita despojar de derechos y de riqueza a la mayoría para consolidar su modo egoísta de entender los negocios. Si se atreve a decir que todo va bien, si niega la realidad, es porque piensa que la servidumbre será recompensada. Las facturas del tiempo no son igual para el siervo que para el hombre libre. Comunicárselo a sus parlamentario y a su partido, fue la razón optimista de su discurso de ayer. Lo importante no era decir que las cosas van bien, sino afirmar que no pasará nada en el mal.

El optimismo negativo tiende a mezclar los beneficios de las coyunturas y la irresponsabilidad. ¡A largo plazo no pasará nada! Tenemos a la vistas un ejemplo llamativo. La derecha Española, tan proclive a levantar la bandera de la unidad de España, ha utilizado de manera sistemática el anticatalanismo como una estrategia para ganar votos en Madrid o en Cuenca. Muchos debates serios se han desviado con la tapadera de las ofensas nacionalistas. También el nacionalismo catalán ha utilizado de tapadera las ofensas de España para desviar la atención de sus propias políticas económicas. Pero el distanciamiento entre España y Cataluña no es un problema para el nacionalismo catalán, sino para el español. El PP está jugando con fuego en este asunto por culpa de un optimismo negativo. Todo se lo permite de forma coyuntural porque piensa que no va a pasar nada. La falta de una articulación territorial del Estado, de la que el PP no es el único responsable, ha sido una de las imprudencias más graves del optimismo negativo.

El optimismo negativo del PP no supone un caso aislado. Optimismo negativo es también el de la Casa Real cuando piensa que puede presionar al Gobierno y a la Justicia para que la Infanta Cristina no sea imputada. Optimismo negativo es el de los políticos que se hunden en la corrupción y confían en la suerte de no ser nunca descubiertos. Optimismo negativo es el de los banqueros que juegan al fraude fiscal, las indemnizaciones millonarias y las estafas sociales sin miedo a acabar en la cárcel.

Debe reconocerse que el optimismo negativo tiene justificación en la propia realidad que niega. Es decir, niega los problemas, pero conoce la impunidad de su negación. La ley está de su parte. El optimismo negativo no es otra cosa que la soberbia del poder en una realidad democrática adulterada. Es la conversión en sistema político del usted no sabe con quién esta hablando. Claro que el futuro no está escrito y a veces el destino llega por sorpresa. La deslegitimación sistemática del poder que provocan los optimistas negativos puede dar lugar a un pesimismo esperanzado. Cuando los que ya no creen en nada se cansan tanto de las mentiras que necesitan apostar por una nueva ilusión, la realidad se convierte en una certeza capaz de derribar coronas, tribunas, países y saldos bancarios.




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