El despido de Keynes

José Antonio Pérez TapiasGranada Hoy

Se desempolvaron sus libros y su imagen de lord británico volvió a lucir anunciando conferencias. Se dijo de él que ahora, al cabo de treinta años a la sombra de Friedman, tenía una nueva época de postrero triunfo. Llegó la crisis -tan parecida a la de 1929- y, después del tambalearse de entidades financieras por la voracidad de sus ejecutivos, se cerraron los grifos del crédito, a la vez que caían castillos en el aire levantados a base de ladrillos con cemento de especulación. Los desempleados empezaron a multiplicarse a la misma velocidad que se vaciaban sus bolsillos de consumidores. La renqueante maquinaria económica necesitaba el acelerador de la demanda. Y el autor de Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero fue sacado a escena para rearmar a gobiernos dispuestos a vestir trajes socialdemócratas. Había que hacer políticas anticíclicas, movilizar estímulos fiscales, inyectar dinero a la economía desde las administraciones públicas y sostener el empleo con recursos para mantener la demanda. Un Nobel de Economía como Krugman echó sus bendiciones.

Poco dura la alegría en casa del pobre, ni aunque sea bajo la tímida sensación de contar con un mínimo arsenal ideológico para momentos tan duros. Mientras la banca necesitó a los gobiernos dejó que presidentes y ministros sacaran a Keynes en las andas de los presupuestos del Estado. Neoliberales confesos hicieron provisional apostasía para recurrir a un Estado al que, tras denostarlo, se le pedía que fuera providente. Los bomberos acudían en socorro de los pirómanos bursátiles. Sin embargo, apagado el fuego mediante cientos de miles de millones de euros, los anónimos mercados, dirigidos por poderes con nombres y apellidos, renacen de sus cenizas para acabar con las políticas públicas que les han auxiliado. De golpe, el fracaso del neoliberalismo es historia pasada cuando sus adalides, abandonando refugios, vuelven para torcer todo intento de regular de verdad el sistema financiero. El sueño de una socialdemocracia rediviva se desvanece entre el déficit público y las medidas de ajuste que recaen sobre los trabajadores para «tranquilizar» a los mercados.

¡Adiós a Keynes! Lo mandan al paro hasta dentro de otros veinticinco años, si lleva razón Kondratiev. Después de todo no previó la impotencia de los Estados, sin fuerza para aplicar sus recetas en un mercado global. Por estos lares, quizá algunos sindicalistas invoquen su nombre o funcionarios agraviados le brinden su recuerdo. El keynesianismo no doma la fiereza de un capitalismo con fuerte propensión a ser salvaje.




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