Crisis: lo que debería ser y no es

Justo ZambranaEl País

Si los brotes verdes se convierten pronto en prados verdes, y en año y medio resurge el bosque, pronto volveremos a la jungla. Los reiterados anuncios de intelectuales y políticos de que ya nada volverá a ser igual tras esta crisis quedarán en la estantería de las pías admoniciones incumplidas.

Ésta es la sensación que compartimos, cada día que pasa, más ciudadanos. Salvo la masiva intervención de los Gobiernos de todo signo para recomponer la situación con dinero público ahora que todos somos, otra vez, keynesianos, no veo que se esté haciendo mucho más. Y sin embargo deberían hacerse varias cosas. Sino, curamos la herida pero no el mal que la provocó.

La primera es acotar los sistemas de creación de dinero. Digo acotar porque regular se queda corto. Marshall, resumiendo el pensamiento de los economistas clásicos, decía que el dinero era el velo que cubría la realidad. Hoy el velo se ha convertido en la realidad misma. La economía se ha financiarizado. El valor de los activos financieros es al menos cuatro veces mayor que el PIB mundial, y las transacciones monetarias apoyadas en las nuevas tecnologías son, según los expertos, cien veces superiores a las transacciones del comercio de bienes “reales”.

Los mecanismos por los cuales se crea en la práctica dinero se han multiplicado exponencialmente y, lo que es más grave, se han privatizado. Bajo el cielo protector de la mano invisible, cada dólar de hipoteca subprime puede leerse que ha generado hasta 64 más en el mercado financiero de derivados. Menuda pandemia, ¿la gripe F?

En la práctica, los Estados están perdiendo los derechos de señoreaje que le reservaban el control de la moneda. La digitalización del dinero ha multiplicado su velocidad de circulación, potenciando, como se enseña en las escuelas de Economía, los efectos de la masa monetaria. Esta alianza de las finanzas con las nuevas tecnologías se ha producido cuando el pacto keynesiano de posguerra había sido enterrado, y la ideología imperialmente dominante era el laissez faire. La libertad total de mercado y la proliferación del bit han hipertrofiado la acción de lo financiero y, lo más decisivo, están sometiendo las demás esferas de la economía a la lógica cortoplacista, y más, del capitalismo financiero. Hoy las finanzas, estas finanzas, son el factor que manda y decide sobre la economía real. Milton Friedman sonreirá en su tumba.

Desde los ochenta para acá todas las crisis económicas han sido financieras en su origen: sureste asiático, tequilazo mexicano, punto.com, y ahora, hipotecas americanas. Parece que la Administración Obama toma cartas en el asunto y se apresta a corregir desaguisados que se incubaron cuando Reagan desmontó leyes que nacieron en los años treinta y cuarenta para evitar otro crack del 29. Son estas liberalizaciones las que han permitido la existencia de mercados y entidades financieras al margen de todo control. Lo que depende de una convención social, como lo es el dinero, exige pacto social y control público. Un control que, en este caso, o es global o no es. ¿Se ha hecho mucho? ¿Dónde está el nuevo Bretton Woods?

Dos. Las consecuencias de las turbulencias financieras afectan ciertamente a los ricos, pero quien más paga los platos rotos es la economía real, y con ella clases medias y pobres. La tremenda expansión financiera de los últimos años ha sido, esta vez sí, el velo que ha camuflado una pésima distribución de la renta. Mientras los salarios reales caían, los créditos se multiplicaban. La crisis de subconsumo latente, desde que Reagan y Thatcher decretaran la muerte del pacto keynesiano para que el sistema funcionara, se ha venido amortiguando con sucesivos incrementos del crédito.

Ya que usted no puede comprar porque no gana para ello, no se preocupe nosotros le prestamos. En Estados Unidos la tasa de ahorro es cero; no existe. En las últimas crisis la respuesta de la Reserva Federal siempre ha sido la misma: bajada de tipos de interés y expansión del crédito. ¿Y el ahorro? El ahorro, ya lo ponen China y otros, que para eso el dólar es moneda de reserva. El problema afecta a las familias pero también a las economías nacionales, que como ha hecho España, se endeudan fuertemente en el exterior, encubriendo, en nuestro caso, la endeblez de su oferta.

En el crack del 29 los estudiosos señalan como primera causa una pésima distribución de la renta. Hoy estamos en lo mismo. En plena depresión de los años treinta, Keynes demostró que la sacrosanta ley de Say, según la cual toda oferta genera su propia demanda, no era verdad en términos macroeconómicos. Entregado a la mano invisible, el capitalismo de mercado genera más oferta que demanda, como el comunismo hacía lo contrario según atestiguaron durante años las colas para comprar cualquier cosa en los Países del Este.

Frente a esta realidad la solución crediticia no deja de ser una adormidera. En términos políticos, lo problemático es que la distribución de la renta, o se hace vía salarios, pagando el único factor que la mayoría de la gente tiene que es su trabajo, o se hace vía impuestos, detrayendo de donde hay para llevar a donde no hay. Ambas cosas resultan harto difíciles en las sociedades posmodernas de nuestros días, en las que los avances tecnológicos y las ganancias de productividad han fracturado y transformado gran parte del trabajo por un lado, y por otro, el consumo, convertido en el modo central de vida, hace odiosa cualquier detracción de renta vía impuestos directos. Y, sin embargo, en la base de las pirámides financieras que alimentan las burbujas especulativas siempre hay una desigual distribución de la renta.

El tercer asunto estructural está al acecho de que la recuperación se inicie. Es el consumo de materias primas. Si la vuelta a la normalidad pasa por la ocupación plena de los factores productivos, el insumo de materias primas volverá a dispararse, porque esta vez, en el tren de la recuperación, iremos muchos más. La globalización ha traído muchas cosas positivas. Unas de ellas es que todo el planeta, salvo quizá el África subsahariana, ha cogido el tren del desarrollo. Esto pone sobre la mesa problemas que no estaban presentes cuando se salió de la Gran Depresión.

Schumpeter nos dijo que la esencia del capitalismo es la “destrucción creadora”. Lo comparto. Eso significa mucho avance, pero mucho despilfarro. La cantidad de consumos inútiles en el mundo rico no tienen límites. Desde ellos, no es lícito, ni posible, negar a los pobres que progresen en cosas bastante más necesarias. Las externalidades del despilfarro no las incorpora el mercado, y si lo hace, lo hace tarde y mal. Es el tipo de problemas que sólo puede resolver la política, y además globalmente. La recuperación puede hacer que el barril de petróleo o el kilo de arroz vuelvan a ponerse por las nubes. ¿No podríamos consumir más ideas y menos cosas?

Para acabar un recuerdo histórico: En 1937 todo apuntaba a una salida de la Gran Depresión. Desde 1933 en adelante se habían tomado medidas correctas, pero se habían obviado las más estructurales. Vino la recaída. Las medidas más importantes acabaron adoptándose a partir de 1944. Sin fatalismos agoreros, convendría no repetir la historia. Económica me refiero.




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