Pablo Mora García — ATTAC Sevilla.

He asistido a una charla de la gente del 15M sobre los movimientos sociales en Argentina, ejemplo de lo que se puede conseguir cuando la gente se une frente a la dejadez de los gobiernos. Se acribilló la economía de la inmensa mayoría de su población, incluida la clase media, y toda junta fue capaz de realizar verdaderos prodigios. Lo malo es que cuando un porcentaje de ciudadanos volvió a adquirir cierto nivel económico, todo volvió a su cauce y las fauces de la bestia volvieron a devorar esa unión.

Entiendo esto de las crisis económicas como apogeos de la constante crisis de valores que a lo largo de la historia ha estado siempre presente. Y entiendo por valor al compromiso que debemos tener hacia la gente y nuestro entorno. Antes que llegara esta crisis el panorama era malísimo y me temo que si salimos de ella conseguiremos volver a ese estado de cosas basado en el enriquecimiento económico de unos pocos a costa de la destrucción del entorno, la ignorancia, la pobreza, e incluso la vida de otros muchos. Igual que siempre.

Hace ya tiempo que entendí que lo mejor para mí y mi familia era que todo ser humano tuviera lo mejor, y así, estuviéramos donde estuviéramos, dispondríamos de lo mejor en todos los aspectos. Pero esta noción o reflexión se perdería si necesito ser superior a otro, ya que entonces apostaría por un modelo de sociedad donde el dinero posibilita el conseguirlo. Hay gente que ya lo lleva hasta en los genes y la idea de que los demás han venido a este mundo para servirles está muy arraigada. Eso de coger una fregona o una pala es de muy mal gusto, bien porque es una mancha en el historial de su estatus, bien porque se pueden manchar la corbata, bien porque el color del mango de la fregona o la pala no hace juego con el reloj de pulsera.

Distribuyendo correctamente los recursos seríamos todos ricos, pero no se trata de la riqueza actual que esclaviza, atonta al ser humano, y nos fuerza a trabajar para comprarnos cada tres meses el último modelo de cualquier dispositivo para estar a la altura. Se trataría de una riqueza que nos permita intentar alcanzar con más facilidad la felicidad, porque en un mundo como el actual puede dar mucho caché gastarse más de mil euros en una botella de vino, pero no deja de ser de tontos.

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