Alemania no es el alumno aplicado

Juan Francisco Martín Seco – Consejo Científico de ATTAC.

El cinismo de los organismos europeos parece no tener límites. El comisario de Economía de la Eurozona, Olli Rehn, se ha manifestado sorprendido por las cifras de paro que sufre la sociedad española y ha pedido a nuestro Gobierno que alivie estos insoportables niveles de desempleo, como si la organización a la que pertenece no tuviera nada que ver en esta lacra y como si no hubiera sido precisamente la política impuesta por la Comisión, el BCE y Alemania la responsable en buena medida de que tales cifras se hayan disparado. Resulta que ahora se dan cuenta. El FMI, por su parte, ya se percató con anterioridad asumiendo su equivocación en el cálculo de los multiplicadores y, por lo tanto, en el efecto que las medidas de ajuste iban a tener sobre la actividad económica. El comisario de Economía se asombra ahora, pero, no obstante, tanto el BCE como Alemania y como la misma Comisión continúan en sus trece.

Son muchas las voces que desde Alemania emplean una argumentación en extremo simplista a la hora de explicar la aversión que contra este país se está generando en la mayoría de la Eurozona. Es pura envidia, dicen, la misma que despiertan los niños aplicados de un colegio en todos los demás alumnos. Al mismo tiempo, en actitud comprensiva se dirigen a los otros países para subrayar que ellos ya hicieron en el pasado los mismos ajustes y reformas que ahora exigen a los demás.

Hay en este planteamiento un punto de verdad, pero tan solo un punto. Es cierto que, paradójicamente, el partido socialista alemán, con Schröder a la cabeza, instrumentó todo un plan de recortes sociales al que llamó “Agenda 2010”, y que muchos alemanes están ahora pagando. Es también cierto que, gracias a esta política tan antisocial, Alemania consiguió ganar posiciones competitivas frente a la mayoría de los países de la Eurozona y a través del superávit de su balanza de pagos crecer económicamente y solucionar sus problemas de financiación; pero precisamente todo eso solo ha sido posible porque los otros países no aplicaron la misma política, ya que, de lo contrario, los efectos se hubiesen neutralizado, ninguno hubiese ganado competitividad y, eso sí, las sociedades se hubieran hecho más desiguales. Es más, de no estar constituida la Unión Monetaria, el resto de Estados podrían haber compensado la política darwinista de la economía alemana con la simple depreciación de su moneda.

El discurso de Merkel y de los sabios alemanes empeñados en que todos los países sigan el ejemplo de Alemania es claramente contradictorio. Si las políticas de austeridad y las medidas antisociales se generalizan a toda la Eurozona (incluyendo a Francia y a Italia), el resultado no puede ser más que la recesión y el incremento de la desigualdad. El crecimiento de la economía alemana está basado en las exportaciones y en el superávit de su balanza de pagos o, lo que es lo mismo, en el déficit de la balanza de pagos de los demás. Lo que Alemania no quiere entender es que superávit y déficit son términos correlativos. Un país no puede tener superávit en su balanza de pagos a no ser que otros países tengan déficit. La relativa bonanza de Alemania tiene su contrapartida en las dificultades económicas del resto de los países de la Eurozona. Situación que a medio plazo no se puede mantener y que está conduciendo al estancamiento económico de toda la Unión Monetaria, situación que podría empeorar si Francia entrara por la senda de la austeridad.

Podría alegarse que lo que se pretende es lograr un cuantioso excedente en la balanza de pagos global de la Eurozona frente a los países exteriores, es decir, conseguir el crecimiento de todas las economías de la zona euro a base de incrementar las exportaciones al resto del mundo y del empobrecimiento, por tanto, de los terceros países. Pero estos planteamientos también son falaces. Primero, porque es de suponer que de darse tal situación, el resto de países reaccionaría. Pero, segundo y más importante, porque la política implantada por Alemania y el BCE camina en otra dirección. Propician y mantienen un euro fuerte, de tal manera que desde su creación esta moneda se ha apreciado frente a la mayoría de las divisas, dejando en papel mojado (“derretir como la nieve”, en palabras de Merkel) todos los programas de austeridad instrumentados en la Europa del Sur. La presunta competitividad ganada por los países de la Eurozona frente a los terceros países debido a la reducción de salarios y a los ajustes presupuestarios se pierde con creces vía tipo de cambio.

La competitividad de los Estados constituye un sistema de suma cero. Si un país es más competitivo es porque otro lo es menos. Todas las economías no pueden ser más competitivas simultáneamente. Carece absolutamente de sentido, en consecuencia, plantear el problema económico de la Unión Monetaria desde la óptica de la ejemplaridad, y dividir a los Estados en aquellos que han hecho los deberes y los que no. El crecimiento económico no puede basarse en robar un trozo de pastel al vecino sino en agrandar la tarta, y ello únicamente puede conseguirse estimulando la demanda interna de todos y cada uno de los países.

Este análisis, no obstante, puede tener un error de base. Y es que tal vez ni Merkel, ni Draghi, ni los altos cargos de la Comisión estén interesados en agrandar la tarta, sino tan solo en incrementar la parte de ella que va destinada a las fuerzas económicas y financieras, al capital, en detrimento de las retribuciones de los trabajadores y de las rentas correspondientes a las clases bajas de todos los países; y eso sí lo están consiguiendo de manera bastante perfecta, desde luego. Los programas de austeridad, tanto en Alemania como en los otros países, solo son tales para la mayoría de la población, pero existe una minoría bastante extensa que resulta muy beneficiada. Las clases económicas y empresariales están obteniendo cambios notables en la correlación de fuerzas, y logrando retrocesos trascendentales hacia el capitalismo salvaje del siglo XIX.




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