¿Adonde va la crisis?

Michel Husson – Comité Científico de ATTAC Francia

Frente al seísmo actual y al delirio de los mercados, un poco de perspectiva es necesaria para comprender las raíces sociales de la crisis. Es tanto más necesaria si se tiene en cuenta que las consecuencias sociales de la recesión que viene son considerables.

Una crisis con varios niveles

La crisis actual no es sólo una crisis financiera. Combina diferentes elementos que hay que tomar en su totalidad para comprender su profundidad. Para ir a lo esencial, es una crisis que afecta a los fundamentos mismos del capitalismo. Todo comienza con el gran giro de los años 1980, marcado en el interior de cada gran país capitalista por una degradación de la correlación de fuerzas entre capital y trabajo en detrimento de los asalariados. Se pone en pie un nuevo modo de reparto, apoyado en la baja tendencial de la parte de las riquezas producidas que van a los asalariados (1). La tasa de ganancia se restablece pero no conduce a un aumento comparable a la tasa de acumulación (2). Dicho de otra forma, la parte de la ganancia no invertida aumenta y engendra un flujo permanente de «capitales libres» que toman la forma de activos financieros a la búsqueda de una rentabilidad máxima.

La mundialización ha reforzado este proceso: la libertad de circulación de los capitales, la desreglamentación bancaria, el recurso a las deslocalizaciones, han permitido agravar la presión sobre los salarios. Reivindicando una hiperrentabilidad máxima, los mercados financieros imponen sus criterios y reducen los proyectos de inversión considerados como suficientemente rentables.

Una primera interpretación consiste en distinguir el «buen» capitalismo productivo del «mal» capitalismo financiero. Los mercados financieros son entonces presentados como un parásito, una excrecencia, que bastaría con eliminar o «regular» para volver a un funcionamiento «normal» del capitalismo. Pensamos, al contrario, que el capitalismo contemporáneo es un «puro capitalismo» en el sentido de que los mercados financieros no son una distorsión sino, al contrario, el medio para que funcione plenamente según sus propios criterios: la esencia del capitalismo sigue siendo la búsqueda de un beneficio máximo que pasa por la explotación de los trabajadores y ha tenido siempre como vocación extenderse al conjunto del mundo. Pero el rey está desnudo: el capitalismo prefiere no responder a las necesidades sociales insuficientemente rentables más que arriesgarse a la bajada de la tasa de ganancia.

La crisis financiera resulta en el fondo de una reivindicación imposible del capital: obtener para el conjunto de los capitales invertidos una rentabilidad en línea con los rendimientos que los activos financieros procuran en ciertos segmentos. Pero la ley del valor interviene periódicamente para recordar que el volumen de las riquezas producidas está limitado por la extracción de plusvalía, en definitiva, que no se pueden distribuir más riquezas que las que se producen. Los activos financieros no son en el fondo más que derechos de giro sobre la plusvalía. Su valor nominal es en cierto sentido virtual pues solo cuenta la prueba de su conversión en bienes reales, lo que parafraseando a Marx, se podría llamar el gran salto mortal del mundo del capital ficticio al de la mercancía.

Todo esto no tiene nada de abstracto y corresponde a la experiencia que han conocido ya y pueden conocer de nuevo los asalariados cuyas jubilaciones dependen del destino de los fondos de pensiones. Para ellos, el salto mortal se produce cuando hacen valer sus derechos a la jubilación y descubren que su nivel real depende de las cotizaciones en Bolsa del día. Un análisis reciente nos enseña así que durante los últimos quince meses, la crisis financiera ha ocasionado en los Estados Unidos una pérdida de 2.000 millardos de dólares para los fondos de pensiones (3).

Políticas neoliberales y «técnicas» financieras

Para que la burbuja pueda tomar su auge, los capitales disponibles no bastan; es preciso también que la reglamentación no constituya un obstáculo. Sin embargo, ha sido burlada por decisiones de orden político y por la puesta en marcha de sofisticadas innovaciones financieras y de prácticas cada vez más opacas. Se puede citar el «apalancamiento» que permite multiplicar la suma de la que dispone una institución financiera inicialmente. Los productos derivados permiten operaciones complicadas de compra y de venta a medio plazo. Los bancos pueden desprenderse de sus créditos dudosos colocándolos con otros en una especie de estuche-sorpresa que puede luego ser vendido bajo la forma de título (de ahí el término de titulización). El riesgo ligado a los diferentes créditos se pone a circular y no forma ya parte del balance, escapando así a las reglas prudenciales que imponen una cierta proporción de fondos propios.

La crisis de las subprimes ha estallado en un segmento relativamente estrecho, el de los préstamos concedidos a familias pobres y garantizados por la casa que compraban. Estos contratos eran verdaderas estafas puesto que los bancos sabían pertinentemente que no serían devueltos. Pero la titulización permitía librarse de ellos. El cambio de signo del mercado inmobiliario ha coincidido con las primeras quiebras de familias: la venta de las casas hipotecadas con esos créditos podridos no era ya posible, de ahí un precio que no cubría ya el crédito inicial. La crisis inmobiliaria ha desencadenado a continuación una reacción en cadena: los bancos han descubierto sus pérdidas una tras otra, se han visto progresivamente incapaces de obtener nuevas fuentes de financiación para cubrir estas pérdidas. Para frenar una serie de quiebras en cascada, los Bancos centrales y los gobiernos han inyectado dinero o «nacionalizado» una parte de los bancos.

Una crisis mundial

Desreglamentación, mundialización y financiarización van parejas. Lo que hay de nuevo en la fase actual de la mundialización, es que concierne a la producción que se hace a caballo de varios países o continentes y que pone directamente en competencia a los asalariados del mundo entero. Esto supone una libertad total de circulación de los capitales uno de cuyos aspectos es la desreglamentación que les permite efectivamente ir y volver a su antojo. La financiarización multiplica los efectos clásicos de la competencia permitiendo a los capitales «libres» hacer presión para alcanzar la rentabilidad máxima.

Esta crisis es la primera que reviste un carácter mundial. Sin embargo, ha nacido en el seno de la economía más poderosa y se puede afirmar que marca el fin de un modelo. En efecto, desde al menos hace quince años, el crecimiento de los Estados Unidos estaba fundado en una tendencia al sobreconsumo financiada por el resto del mundo. En el interior, la tasa de ahorro de las familias baja constantemente desde hace un decenio y es hoy casi nulo. Este dinamismo del consumo estaba además reforzado por el endeudamiento. De esta configuración resulta el déficit comercial que se ha abierto en proporción con este sobreconsumo. El modelo no podía mantenerse más que con la condición de que el déficit fuera financiado por entradas de capitales provenientes de los países con excedentes (países emergentes y/o productores de petróleo) (4).

Se constata que el modelo estadounidense se base en una doble imbricación de los mercados financieros y de la economía real. En el interior, son el crédito hipotecario y el enriquecimiento patrimonial los que han tirado del consumo; en el exterior, son los capitales quienes lo han financiado. Este modelo no era sostenible, como lo mostraban en los estados Unidos mismos economistas simplemente lúcidos. No ha podido mantenerse tanto tiempo más que por una verdadera huida hacia delante que explica la amplitud de la crisis actual. La precedente fue el estallido de la «burbuja internet» en 2000. Choque considerable que fue amortiguado por un conjunto de medidas, las principales de las cuales fueron el aumento de los gastos militares y la bajada del dólar. De una cierta forma, los factores de dominación política y militar de los Estados Unidos venían a sustituir a un dominio estrictamente económico en declive.

Este modelo no puede ya funcionar, y no hay en el horizonte previsible modelo de recambio. Una de las líneas de fuerza del período abierto por la crisis es entonces la siguiente: a falta de poder reequilibrar su modelo de crecimiento, los Estados Unidos van a intentar rebotar sobre el resto del mundo los costes de una incierta transición. Es sobre el curso del dólar donde van a cristalizarse las previsibles tensiones, porque su bajada puede influir sobre la actividad económica en Europa y desanimar el aflujo de capitales que sigue siendo necesario. Es difícil precisar mejor los contornos de este «ajuste» pero es seguro que la evolución económica mundial será en gran parte determinada por las medidas tomadas en Estados Unidos para imponer al resto del mundo los costes de la salvaguardia de su dominación.

La trayectoria de la crisis

El en el momento en que se escriben estas líneas (11 de octubre), la situación es verdaderamente desastrosa, puesto que la caída de las cotizaciones bursátiles no ha podido ser frenada por una amplia serie de medidas y de tomas de posición sin precedentes: el plan Paulson ha sido votado, se han inyectado sumas considerables, se han llevado a cabo nacionalizaciones parciales, y los principales bancos centrales han bajado su tasa de interés de forma coordinada medio punto. Que todo esto se haya hecho no es fácil de explicar. Asistimos sin duda a un pulso entre las autoridades y un cierto número de intervinientes que quieren aún más bajo la forma de dinero fresco o la compra de sus activos podridos. Algunos bancos apuestan probablemente por la posibilidad de comprar otros a un precio aún más de saldo.

Pero el panorama general es el de un verdadero pánico que gana a los dirigentes. Que Jean -Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo, haya podido dirigirse a los mercados diciéndoles «calmaos» dice mucho sobre este estado de desconcierto que no es fingido. Pero hay algo de racional en este pánico, es la intuición de que tras la crisis financiera se dibuja una verdadera crisis económica. Es probablemente el hecho de que la recesión ha tomado ya el relevo al crash bursátil el que obstaculiza una salida de la crisis financiera que se podía razonablemente esperar teniendo en cuenta la amplitud de los diferentes planes de rescate.

El espectro de 1929 está reapareciendo. Hasta ahora, muchos observadores podían con razón subrayar la diferencia con 1929: los gobiernos y las autoridades financieras habían tomado esta vez la medida de la crisis y su intervención impediría que se produjera el mismo escenario que en 1929. No era falso, pero la incapacidad de estas intervenciones para morder en la situación y para recuperar las Bolsas conduce a cambiar de perspectiva.

Lo que está en adelante al orden del día, es la recesión económica sin más. El FMI acaba de revisar a la baja sus previsiones (5): en 2009, el crecimiento sería poco más o menos nulo (0,5%) en los países desarrollados tras una fuerte ralentización en 2008 (1,5%). El crecimiento mundial, sostenido por los países emergentes y en desarrollo se ralentizaría al 3%. Para el FMI, «la recuperación no está todavía a la vista» y no podrá ser sino «gradual cuando llegue». Un tal escenario es cualitativamente el único que se puede adelantar. Llegará un momento en que las Bolsas toquen fondo y comiencen a subir, sin que se pueda decir hoy qué grado de intervención pública será necesario. Pero la salida de la crisis financiera será, y ya es, extremadamente costosa y la recesión tomará inmediatamente el relevo. Es el credit crunch (nadie quiere ya prestar a nadie) el que asegura el interfaz entre las dos crisis. Las restricciones de crédito a las familias se añaden a la bajada del poder de compra, la actividad de las empresas está bloqueada por la falta de crédito, y este fenómeno afecta en este momento a gigantes industriales como Ford o General Motors, ya amenazadas por la caída de sus ventas.

Contrariamente a otros episodios similares pero de menor amplitud, la vuelta a la normalidad tomará un tiempo proporcional a las sumas engullidas, y lo más probable es un escenario a la japonesa. La crisis bancaria e inmobiliaria del comienzo de los años 1990 había desembocado en un decenio de crecimiento casi nulo de la economía japonesa. Con una diferencia sin embargo: se habían podido invocar en el caso japonés errores de política económica, mientras que el factor principal de bloqueo será la dificultad de definir una configuración coherente de la economía mundial. La crisis es en efecto una crisis estructural que hace imposible la vuelta a los modelos de crecimiento seguidos por los Estados Unidos y la Unión Europea e incluso, en un horizonte más incierto, por China.

Las repercusiones sociales

Una gran incertidumbre pesa pues sobre la trayectoria de la economía mundial. Pero una cosa es segura: las clases dominantes van a hacer todo lo posible para echar los efectos de la crisis sobre los asalariados y sobre la mayoría de la población. La factura de la crisis financiera y la recesión van a combinarse para pesar sobre el empleo, el poder de compra y sobre los presupuestos sociales. Para impedir a los capitalistas restablecer sus ganancias en detrimento del bienestar social, existen entonces dos principales ejes de respuesta.

El primero es la nacionalización integral de los bancos y los seguros. No se trata aquí de hacer demagogia sino de aportar una respuesta simplemente coherente a la crisis financiera. El dinero público de los diferentes planes de rescate puede no servir más que para comprar los títulos «tóxicos» que han desencadenado la crisis. Sería demasiado fácil que los bancos y otras instituciones financieras vean sus pérdidas cubiertas por fondos públicos a la vez que conservan sus ganancias. Sin embargo, es ésta claramente la función, por ejemplo, del plan Paulson en los Estados Unidos, como lo muestra un economista del banco francés poco sospechoso de anticapitalismo (6).

Solo una nacionalización que no fuera parcial y no se limitara a tomas de participación provisionales permitiría verdaderamente «abrir los libros de cuentas», consolidar los créditos cruzados, salvar a las víctimas de las estafas subprimes más que preservar los beneficios bancarios. Los reconvertidos abogados de las finanzas no tienen más que una palabra en la boca, la de regulación. Pero las regulaciones que existían han sido todas burladas por innovaciones financieras cada vez más sofisticadas y no existe autoridad para hacerlas aplicar a nivel mundial. Hay evidentemente que sostener medidas como la prohibición de paraísos fiscales pero no se puede otorgar confianza a las autoridades monetarias para regular de forma duradera las finanzas.

Además del control que permite, esta nacionalización debería desembocar en la creación de un polo financiero público, reconociendo así que el crédito y los seguros tienen que ver con un servicio público. La crisis actual ha demostrado que la finanza privada conduce a la catástrofe social. Queda en suma que rehabilitar la idea de un crédito duraderamente nacionalizado, lo que no es posible más que si se pone en pie una gestión democrática que ponga al crédito al servicio de las prioridades sociales.

El segundo eje trata sobre el reparto de las riquezas y se basa en una idea simple. Si hay recesión, sería intolerable que los asalariados sufrieran una nueva degradación de su situación, únicamente para que las empresas pudieran continuar pagando dividendos. El medio mas claro de afirmar esta exigencia es proponer un plan de transferencia de los dividendos hacia un fondo para el empleo y los salarios, gestionado también bajo control de los trabajadores. Al mismo tiempo, y se trata de una medida de urgencia mínima, el mínimo del poder de compra debería ser garantizado por la escala móvil de salarios, dicho de otra forma por su indexación con los precios.

En los dos casos, debe ser defendido un principio esencial, el del control democrático. Corresponde a la idea perfectamente legítima según la cual los asalariados no tienen que pagar los gastos del salvamento del capitalismo y deben tener un derecho de fiscalización sobre las medidas tomadas y el reparto de las riquezas. La crisis del capitalismo no implica mecánicamente una mejor correlación de fuerzas a favor de los trabajadores; tiene al contrario muchas posibilidades de ser el pretexto para nuevos retrocesos sociales. Pero la ruina del sistema abre al mismo tiempo un espacio nuevo a las luchas sociales que serán tanto más victoriosas y portadoras de futuro en la medida en que tomen una dimensión anticapitalista clara.

Artículo publicado en Les cahiers du socialisme. Traducción para Viento Sur de Alberto Nadal.

Notas:
(1) Michel Husson, « La hausse tendancielle du taux d’exploitation », Inprecor n° 534-535, enero-febrero 2008.
(2) Michel Husson, « Le taux d’accumulation ne suit plus le taux de profit », notehussonet n°2, 25 septiembre 2008.
(3) Peter Orszag, « Effects of financial market turmoil on pensions », 7 octubre 2008.
(4) Michel Husson, « Etats-Unis : la fin d’un modèle », La Brèche n°3, 2008.
(5) FMI, World Economic Outlook, Octubre 2008.
(6) Patrick Artus, « Le but ultime du plan de sauvetage des banques aux Etats-Unis s’il est mis en place : redonner de la rentabilité aux banques », Natixis, Special report n°97, 26 septiembre 2008.




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